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Tinta de calamar

Pilar Cabañas - Ilustración Blanca López


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Cala era un calamar muy simpático. Vivía en el fondo del mar y le gustaba nadar junto a sus amigos: la medusa, el pez payaso, Eri el erizo… Aunque Eri, nadar nadar, no podía, él los seguía caminando por el fondo, porque como todos los erizos de mar tiene pies, que además les sirven para capturar alimentos y respirar.

 

«¿Has visto alguna vez un calamar?», preguntó Teresa a su hermano pequeño. Este negó con la cabeza. «¡A mí me parecen animales superchulos! Tienen tres corazones, ocho brazos y dos tentáculos con ventosas, y se les da fenomenal jugar al escondite, incluso pueden cambiar de color para camuflarse y escupir tinta si alguien los persigue», le explicó Sofía. «Sigue, sigue leyendo», dijo su hermano.

 

Un día sucedió que la señorita Rodaballo les llevó de excursión al camarote del capitán del barco pirata. 

 

Cala era un poco trasto y, mientras ella daba algunas explicaciones, se colgó de la ventana con sus tentáculos. El vidrio no aguantó la presión de sus ventosas y se cayó esparciendo peligrosamente sus cachitos. 

 

Todos regresaron entre nerviosos y asustados a clase. La señorita Rodaballo preguntó a Cala qué había pasado y este, en lugar de responder, dejó salir una buena cantidad de tinta para distraer a todos y no contestar. Cuando la tinta se fue disolviendo vio que sus compañeros se habían escondido asustados por si había algún peligro: uno tras el mapa de las corrientes marinas, otro dentro de la papelera, algunos más en el armario de los libros… Pero Cala miró de reojo a la profe, que ni se había inmutado. No era la primera vez que el calamar usaba este truco para no contestar a una pregunta comprometida. La profe estaba enfadada, no por el terrible accidente del barco, sino por la actitud de Cala, que era incapaz de reconocer sus errores y desperdiciaba su tinta a lo tonto.

 

Sin comentar lo ocurrido pidió a Eri que fuera a buscar unos botes vacíos. Cuando estuvieron encima de su mesa, puso uno en cada brazo del calamar y le ordenó que los llenara con su tinta. Cala agachó su cabeza y comenzó a llenarlos uno por uno. ¡Sus compañeros no iban a tener que comprar tinta para escribir! Cuando acabó estaba exhausto. Entonces la señorita Rodaballo repitió la pregunta que no había querido responder y en esta ocasión, Cala, no tuvo más remedio que contestar.

 

Todos escucharon con atención qué era lo que había ocurrido en el barco, pero sobre todo aprendieron que hay que afrontar las consecuencias de nuestros errores, y que es de valientes no escabullirse 





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