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Vocabulario de la pandemia

Michele Zanzucchi (coordinador)

Las previsiones sobre el después de la pandemia parecen centrarse en los problemas que afectan al bien común. Evitemos que un capitalismo aún más salvaje acabe con el planeta.


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El vocabulario de la pandemia, además de sanitario, ha sido y será económico y político. Esta enfermedad, que no conoce barreras, ha puesto a prueba a unos gobernantes que, pensando en sus intereses, creían poder aumentar su influencia en amplias áreas del planeta con medidas a corto plazo para mantener sus indicadores de bienestar. La crisis sanitaria ha puesto de relieve tres aspectos fundamentales de la política y la economía globalizadas. En primer lugar, que una crisis sin fronteras no se puede resolver con medidas nacionalistas o soberanistas, pues acaban siendo paños calientes cuya eficacia queda desmentida por las cifras del contagio. En segundo lugar, que hay que volver a razonar a largo plazo y prolongar los tiempos de la política, ya que en vez de generar procesos duraderos para el bien común, se ha limitado a ocupar espacios de poder. Por último, la crisis nos está diciendo que el mercado por sí solo no soluciona todo problema económico, sino que se requiere la intervención pública para asegurar el bien común. A esos políticos algo fanfarrones y muy seguros de sus habilidades no los han puesto en ridículo sus electores sino las cifras de la pandemia. La política es un arte delicado en el que los problemas complejos requieren respuestas coordinadas y compartidas.
 

Desigualdades

Joan Benach, profesor de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra y director de un grupo que investiga sobre desigualdad en la salud, afirma que la Covid-19 «satisface todas las condiciones para ser considerada una “pandemia de desigualdad”». La lista es larga y variable geográfica y socialmente: jóvenes/ancianos, ricos/pobres, acceso o no al sistema sanitario, mundo rural/urbano, acceso o no a Internet, poder trabajar en casa o no, etc., etc. Sobre todo sobresale una desigualdad que ha generado un auténtico problema ético al personal sanitario: cuando los hopitales se ven desbordados, ¿a quién salvamos? 
 
Este es el punto dolens: las profundas desigualdades existentes terminarán haciendo que los sectores más desprotegidos y vulnerables de la sociedad paguen la cuenta, porque «el coronavirus –sentencia Benach– agrava la situación de un planeta ya enfermo de desigualdad». No es lo mismo soportar el confinamiento en una casa con jardín que en el quinto piso de un edificio. Inimaginable en una favela brasileña o en los slum de las grandes ciudades africanas. La periodista mexicana Marta Durán, refiriéndose a la población pobre (60% en su país), constata que en la situación actual «la gente dice: prefiero morir de coronavirus que de hambre».
Javier Rubio
 

Gobernanza

Dicen que la mejor política de gobierno es la que reúne a políticos, expertos y representantes de la sociedad civil. Esa es la diferencia entre gobierno y gobernanza. Lógico, es improbable que la parte conozca el todo y pueda gobernar a todos, ya que para comprender la realidad del territorio hace falta el punto de vista de los componentes sociales, sobre todo si está en juego un bien común como la salud.
 
Los informes diarios de contagiados, curados y muertos es la fotografía de las decisiones tomadas una, dos o tres semanas antes. De igual modo, las que se tomen hoy tendrán efecto dentro de unas semanas. Por esta razón el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ve la pandemia como un reto a la gobernanza en Latinoamérica, donde se oscila entre quienes quieren demostrar lo bien que están gestionando la situación y quienes empiezan a darse cuenta de que para salir de esto hay que tomar las decisiones juntos. De poco sirven las medidas preventivas, como el distanciamiento social, si no son asumidas por todos. Y quien más cerca esté de la gente mejor sabrá llevarlo a cabo. Dos ejemplos opuestos. En Chile, un ejecutivo convencido de poder prescindir de la sociedad civil, primero nombra un comité de organizaciones para trabajar con ellas, pero luego las ignora. El presidente de Argentina, en cambio, ha sabido reunir las organizaciones civiles y escucharlas. Eso es gobernanza. 
Alberto Barlocci (Chile)
 

Trabajo

Según investigaciones de la Cornell University (EE.UU.), la crisis actual destruirá 37 millones de empleos en Estados Unidos. De ellos solo dos millones serán de baja calidad, esos que la Organización Internacional del Trabajo considera trabajo informal, es decir, contratos temporales de hostelería, limpieza, construcción, recolección, venta ambulante, etc. Estos trabajadores serán quienes sufran el mayor impacto de la crisis. Dice la OIT que algunas áreas de África y gran parte de Sudamérica se verán afectadas por las recaídas internacionales de la crisis y mucho empleo será destruido. Lo mismo ocurrirá en esas regiones de Asia que producen ropa para Europa. China ha anunciado un ligero aumento de la desocupación, pero no contabiliza a los trescientos mil migrantes que trabajan en precario. En Europa el esfuerzo por asegurar el empleo podría funcionar más o menos, mientras que en Estados Unidos, por muy agresivas que sean las medidas, son insuficientes. El reto ahora es garantizar la salud de los trabajadores. Según Neel Kashkari, de la Reserva Federal, se reanuda la actividad allí donde se garantice la distancia de seguridad, y durante uno o dos años habrá que ayudar a los trabajadores en precario y vulnerables.
Maddalena Maltese (EE.UU.)
 

Cooperación

El viejo pacto por el consumo, tácitamente instituido tras la Segunda Guerra Mundial y que benefició a millones de personas, parece llegar a su fin. En Asia también se notó ese beneficio. Pero a partir de enero pasado todo esto saltó por los aires por culpa de un virus que, por ejemplo, ha puesto de rodillas a dos colosos de la industria aeronáutica (91% del mercado), Boeing y Airbus, así como el sistema industrial dependiente del comercio internacional.
 
Algunas multinacionales han empezado a desembolsar millones de dólares para ayudar a la gente, pero es una gota en el océano, sabiendo que esas empresas acumulan miles de millones. En este contexto China ha enviado ayuda a 135 países, tratando de relanzar su imagen, pues para muchos es el infectador de la humanidad. Pequín tendrá que dar pruebas irrefutables de su inocencia.
 
Los gobiernos occidentales han aflojado los cordones de sus bolsas, pero no basta, hace falta más colaboración entre el Estado y los ciudadanos, y hace falta más cooperación entre Estados. De momento lo que de verdad ha salvado a la gente de la desesperación ha sido la solidaridad, el sacrificio de tanta gente por el bien de los demás. No lo olvidemos nunca.
George Ritinsky (Tailandia)




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