De niño, en mi natal San José de Costa Rica, los cisnes eran para mí negros y con el pico rojo. En el Parque Japonés, frente a la escuela, no lejos de mi casa, todos los que había eran así. ¡Qué sorpresa me llevé al llegar a Europa y ver que aquí todos eran blancos!
Nassim Nicholas Taleb, economista libanés nacionalizado estadounidense, en 2007 formuló la teoría del cisne negro. Remite al hecho de que, hasta la llegada de los colonos ingleses a Australia en el siglo XVII, en Europa se pensaba que todos los cisnes eran blancos, así que cambió la percepción que los ornitólogos tenían sobre esas aves. Basándose en aquel descubrimiento, Taleb afirma: «Este hecho ilustra una grave iluminación de nuestro aprendizaje a partir de la observación o la experiencia, y la fragilidad de nuestro conocimiento. Una sola observación puede invalidar una afirmación generalizada derivada de milenios de visiones confirmatorias de millones de cisnes blancos. Todo lo que se necesita es una sola ave negra […] Lo que aquí llamamos un Cisne Negro (así, en mayúsculas) es un suceso con los tres atributos que siguen. Primero, es una rareza, pues habita fuera del reino de las expectativas normales, porque nada del pasado puede apuntar de forma convincente a su posibilidad. Segundo, produce in impacto tremendo. Tercero, pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace explicable y predecible»1.
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