A Pablo siempre le había encantado el agua.
No es que no le gustaran los refrescos, es que el
agua era su medio natural. ¡Quizás en otra vida
fue pato, pez o rana! Nadar era su gran pasión,
hasta que… descubrió el surf.
Un verano aprendió a subirse a la tabla, que no
es nada fácil. Aunque flota en el agua, no es como
una balsa grande y las olas la mueven mogollón.
«¡Vamos Pablo, ahora!», le gritaba el profesor
desde la orilla. «¡Otra vez! ¡Otra vez! ¡Otra vez!».
Y para intentarlo, cada vez, debía remontar
la línea donde rompían las olas, que querían
expulsarlo de su territorio.
«Luchar no, percibir, escuchar al mar y
perseverar», le decía el profe, que tenía mucha
experiencia. Aquellas palabras cambiaron la
actitud de Pablo, no era cuestión de pelear contra
las olas, sino de acompañarlas.
Estaba en medio de estas lecciones cuando
conoció a Capi. ¿Que quién era Capi? Un precioso
delfín. Su piel era suave, no tenía ni pelos ni
escamas, y saltaba y jugaba siempre al lado de los
niños, tan cerca como para hacerles caer de sus
tablas y ver quien aguantaba más sobre ella. ¡Capi
parecía el asistente del profe!
Un día dejó que Pablo se agarrara a su aleta
dorsal y lo llevó de paseo.
¡Increíble!
¡Qué sensación de felicidad! Agua por todas
partes. Esa agua que cuando está en calma te
deja paso, esa agua que te bambolea si está en
movimiento, esa agua que se acomoda a la forma
del cuenco de tus manos para beber…
Después de un rato Capi le invitó a subirse
a su lomo, y aunque se escurría logró aferrarse
con las piernas. Durante aquel viaje se dejaron
mecer por el oleaje, incluso se zambulleron entre
bancos de peces, y cuando se acercaron a la orilla,
saltaron juntos olas impresionantes.
Pablo aprendió mucho de Capi. En él se
quedaron grabadas todas y cada una de las
sensaciones experimentadas, la fuerza de las
corrientes marinas, la suavidad de la espuma de
mar y el caracoleo de las crestas de las olas. Pablo
comenzó entonces a sentir la fuerza y las caricias
del agua por todos los poros de piel, a apreciar
incluso sus silencios, a dejarse guiar.
Sentado ya en su tabla de surf, mirando al
horizonte, advirtió cuántas cosas nos puede
enseñar la naturaleza si la escuchamos.