Después de la última cena con los apóstoles, Jesús sale del Cenáculo y se encamina al Monte de los Olivos. Lo acompañan los Once: Judas Iscariote ya se ha ido, y pronto lo traicionará. Es un momento dramático y solemne. Jesús pronuncia un largo discurso de despedida: quiere decir cosas importantes a los suyos, entregarles palabras que no olviden.
Sus apóstoles son judíos, conocen las Escrituras, y a ellos les recuerda una imagen muy familiar: la planta de la vid, que en los textos sagrados representa al pueblo hebreo, objeto de preocupación de Dios como su labrador atento y experto. Ahora el propio Jesús (cf. Jn 15, 1-2) habla de sí mismo como vid que transmite la savia vital del amor del Padre a sus discípulos. Y ellos deben preocuparse sobre todo de permanecer unidos a Él.
«Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado».
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