Como en toda crisis, estamos recuperando palabras olvidadas. El confinamiento nos mantiene distantes y pone en evidencia que somos vulnerables, pero al mismo tiempo volvemos a entender qué son el bien común y la fraternidad. Viendo la vida desde nuestras casas, preocupados por el contagio y desorientados con respecto al futuro, nos hemos dado cuenta de que el sistema económico y productivo es una cooperación colectiva grande y compleja. De golpe tomamos conciencia de que nuestra vida se apoya diariamente en el trabajo silencioso y decisivo de médicos, enfermeras, cajeras de supermercado, transportistas, trabajadores de los servicios de limpieza, investigadores… y muchos más.
Por una parte, el contagio nos muestra de forma dolorosa lo muy unidos que estamos unos con otros, pero también nos viene a recordar la responsabilidad recíproca en la vida social, así como ese sentido de pertenencia entre ciudadanos, generaciones y pueblos, y nos hace mirarnos con más atención y aprecio. En tiempos de pandemia, y sobre todo después, tendremos que elegir cuál es el bien que queremos conservar y promover. Y la economía, que es el «gobierno de la casa», nuestra casa común, ocupa un lugar fundamental a la hora de elegir.
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