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El virus oculto en el coronavirus

Ana Moreno Marín


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«[18/3 16:00] Vecina: Holaaa, gracias a todas, sois únicas!! Suerte de teneros cerca. Si necesitáis algo estamos al lado. Nos vemos a las 20 h en el balcón». ¡Cómo han bullido estos días los grupos de whastapp! Este mensaje es la respuesta a la nota ofreciendo ayuda que Mamen y sus compañeras de piso en Valencia dejaron en su bloque. Y es que se ha despertado en las comunidades vecinales un espíritu nuevo estos días. Como si el frenesí diario nos impidiera ver lo que siempre ha estado ahí: nuestra capacidad para ayudar a los demás.
 

Gotas de solidaridad

«Con las restricciones para ir a misa, mi marido, José Luis, habló con nuestro párroco para montar una web sencilla desde la que pudieran transmitir la celebración y otros eventos en directo. Más de cien personas de dentro y fuera de la parroquia se han conectado y los ecos han sido muy positivos», explica su mujer, Marisú Domínguez, de Talavera de la Reina. Es el talento al servicio de todos.
Ahora bien, tampoco han faltado los momentos de tensión, esos en los que parecía que el fin del mundo iba a llegar y nos iba a pillar en pijama y sin papel higiénico... «He bajado a por pan y en el súper estaban las cajeras agotadas y la gente un poco borde con ellas. De repente me he arriesgado y he dado uno de esos vozarrones míos pidiendo en alto un gran aplauso para estas mujeres y hombres que están trabajando y haciendo una labor social para la población. Hemos aplaudido un rato, se han emocionado y dado las gracias», cuenta María Jesús, también de Talavera. Porque el coronavirus nos ha mostrado que no tenemos por qué dejarnos llevar por la corriente, sino que podemos empezar nuestro propio río.
 
Un río lleno de aplausos, pero también de música. Miles de profesionales en toda España han amenizado mañanas, tardes o noches. Les hemos oído cantar, tocar instrumentos, pinchar música o retransmitir en directo para ayudar a la gente a evadirse de esas cuatro paredes. Como el coro Tomás Luis de Victoria, de la Universidad Pontificia de Salamanca, que gracias a las nuevas tecnologías y al proyecto Leaving Peace Internacional, lograron unir sus voces en un concierto que pone la piel de gallina. Todo para dar gracias a cada trabajador que ha luchado de una forma u otra contra el COVID-19. Un gracias que otras veces nos cuesta mucho más sacar de la boca.
 

La odisea de los sanitarios

Pero no en esta ocasión, porque los sanitarios están haciendo un esfuerzo titánico, lejos de su familia para no contagiarles, con turnos infinitos, sin protección suficiente, expuestos a un virus contagioso como pocos que ha dejado pequeñas las UCIs de los hospitales. Y que ha golpeado duramente a una parte muy vulnerable de la población: nuestros mayores. Esos que nos salvaron en la crisis de 2008, que nos han ayudado y cuidado tantas veces, que saben de la dureza de la vida porque sobrevivieron a la Guerra Civil y la Posguerra... Esta crisis sanitaria nos deja muchas reflexiones en este sentido: cómo tratamos y valoramos a nuestros mayores.
 
Ángel Toral, médico geriatra en una residencia de ancianos de la Comunidad de Madrid con pacientes de mucho riesgo, explica así lo vivido en la parte creciente de la curva epidemiológica: «Tengo varios casos sospechosos que tengo que aislar, esto crea mucha inquietud en los pacientes, en sus familias, que no les pueden visitar, y en los propios profesionales. Nervios, crispación y enfados. Cada día me planteo cómo vivir esta situación desde la serenidad, siendo amable con cada uno de ellos y pidiéndole a Dios que me ayude a acertar en mis decisiones como médico».
 

El miedo a contagiar

La soledad de los mayores es otra de las aristas que tiene esta crisis, aunque han surgido muchas otras como la falta de material sanitario o la escasa capacidad de reacción, tal y como nos lo explica María Alonso, médico de familia en Fuenlabrada, Madrid: «Es una explosión de una enfermedad desconocida que ha saturado totalmente los servicios sanitarios. Hay muchísima gente infectada en su casa que parece que mejora y al séptimo día empeora muchísimo y tiene que ser ingresada; hay muchos poco sintomáticos o asintomáticos que contagian a otros...». En su caso, con dos hermanas médicos –una de ellas trabaja en una UCI–, está siendo muy complicado. Su padre, de casi 90 años y con alzhéimer, no puede acudir al centro de día, y su madre, con patologías crónicas, no podía quedarse sola. «Mi hermana, la cirujana maxilofacial, ha cogido el virus y ahora vivimos con miedo a contagiar a mis padres y con la disyuntiva del deber sanitario que nos llama a curar a otros», añade.
 
Situaciones que no necesitan palabras, a veces basta una mirada. Es la experiencia de Paco Tomás, capellán del hospital de Villalba. «Cada persona, incluidos médicos y enfermeros, limpiadoras y celadores, aunque van a mil, agradecen que me pare medio minuto con cada uno. Una médico jovencita y con niños pequeños me decía que tenía miedo... Hubiera necesitado una palmadita en el hombro o un apretón de manos, en vez de guardar los dos metros de distancia, pero después de charlar un rato se ha quedado con mucha paz, a pesar de que se le querían escapar unas lágrimas. Su “gracias” me ha llegado al alma». Porque a veces el poder de la escucha lo calma todo y no hace falta añadir palabras...
 

Un paso más allá de la solidaridad

En resumen, se están produciendo miles de iniciativas solidarias: repartos a domicilio, llamadas, donaciones millonarias o a pequeña escala, mascarillas cosidas en casa, comida caliente para transportistas sin puntos ya de parada, abogados y otros autónomos que ofrecen asesoramiento gratis... Y así suma y sigue: un largo etcétera que demuestra que España es realmente solidaria. Ojalá esta corriente no se apague con el virus. Si necesitamos una vacuna es esta. La fraternidad por encima de cualquier otra cosa.
 




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