ilvia, 51 años, doctora cirujana maxilofacial de niños, querida y admirada en el hospital Residencia de Cádiz. La conocí una tarde de febrero en la sala de conferencias de la parroquia. Al terminar la charla, se acercó a saludarme. Acababa de añadirse al grupo de Madres-Mónica. Sus ojos brillaban con la luz de quien se sorprende y goza saboreando las cosas de Dios. Esa noche Silvia escribirá a sus compañeras. En su alma, una esperanza y un anhelo de santidad: «Iba muy ilusionada y con sed cada vez mayor de la Palabra de Dios, que tiene siempre la capacidad de transformarme. Pero el encuentro ha superado todo. Un regalo de Dios. Doy gracias a Él, y a mi madre por transmitirme la fe, como Santa Mónica a su hijo. Ahora ¡ojalá entre todas logremos transmitírsela a los nuestros para que tengan una vida plena! Un abrazo enorme y contad conmigo. Me siento muy dichosa».
Al día siguiente vino a la misa de la tarde con su marido. Tras el saludo, se le humedecen los ojillos: lleva cuatro años luchando contra el cáncer con una fe y una esperanza inquebrantables. Comenzó a acudir a las reuniones de Madres-Mónica siempre que los efectos de la quimioterapia se lo permitían. Un día quedamos para hablar. Se presentó con un ramo de flores para el Cristo de la Buena Muerte, unas fresas y unas pastas. Hablamos. Era evidente que se trataba de un alma elegida.
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