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Damas y pintoras. Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana

Clara Arahuetes

Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Historia de dos pintoras. Museo del Prado. Hasta el 2 de Febrero.


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En 1532 Ludovico Ariosto, en el canto XX de Orlando Furioso, decía: «Las mujeres alcanzan la excelencia en cualquier arte al que se hayan dedicado». Así son los casos de Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, que invitan con sus obras a viajar a Italia, mostrando la sociedad en que vivieron.
 
El Museo del Prado, en su bicentenario, ha reunido por primera vez a estas dos artistas que fueron pioneras en su dedicación al arte y rompieron con las normas establecidas para las mujeres. La calidad pictórica de sus obras y la admiración de sus contemporáneos las colocan a la altura de los mejores pintores de su tiempo. Las dos nacieron en Italia, en ambas influyó la figura paterna y las dos se valieron de la pintura para destacar en la sociedad. Anguissola hizo de su profesión una actividad reconocida y honorable, con la que consiguió ocupar un puesto importante en la corte española. Fontana dio un paso más y fue la primera mujer que dirigió un taller, disputando a hombres importantes cargos en Bolonia, Florencia y Roma. 
 
Sofonisba Anguissola (1535-1625) pertenecía a la pequeña nobleza de Cremona, tuvo seis hermanas y un hermano, su padre Amilcare promovió la formación artística de sus hijas como parte de la educación humanista que se consideraba adecuada para las jóvenes: música, danza, literatura, dibujo y pintura. Tuvo como maestros a dos pintores lombardos, Campi y Gatti, y en 1550 ya era considerada como una de las artistas más importantes de su tiempo. Sobresalió sobre todo como retratista, género en el que experimentó con su propio rostro y el de los miembros de su familia. En sus autorretratos refleja el ideal femenino de la época y le sirvieron para difundir su imagen y sus virtudes, mostrándose modesta, seria y bella, a la vez que virtuosa y culta. Su padre los utilizaba como carta de presentación de su hija y llegaron a convertirse en raras piezas de coleccionista que forjaron su fama como pintora y crearon un mito que aún perdura. 
 
En Autorretrato ante el caballete la artista se representa pintando a la Virgen con el Niño. Sofonisba se reivindica así en un género mayor, la pintura religiosa, y no solo de retratos. En sus obras se aprecia el dominio del dibujo, una técnica cuidada y el reflejo de la psicología del representado. Retrato de familia y La partida de ajedrez son algunos ejemplos. 
 
En 1559 fue convocada por Felipe II como dama de corte de Isabel de Valois. Este cargo era en términos sociales más importante que el de pintora, de modo que su incorporación a la corte española fue el final de su carrera. Sofonisba enseño dibujo y pintura a Isabel de Valois, y además retrató a casi todos los miembros de la familia real. Ninguna de las obras realizadas en España está firmada y sus cuadros fueron recompensados con joyas y textiles. Las pinturas que realizó en Madrid la muestran como una pintora versátil, adaptándose a las normas sobre la imagen del rey y su familia, que no permitían libertades creativas. Además de los rasgos físicos, se debía mostrar el carácter dinástico y las virtudes de la familia: distancia, quietud y severidad. Sofonisba añadió su gusto por la descripción minuciosa de los detalles, la percepción psicológica que atenúa la contención de los Austrias, así como una atmósfera que tamiza y suaviza los contornos de la figura.
 
Vivió en España 14 años, hasta 1573, año en que regresó a Italia. Pocos meses antes de morir Sofonisba recibió la visita de Anton Van Dyc. El pintor flamenco dejó en su cuaderno de viaje un dibujo de la artista y también anotó su impresión, describiéndola como pintora de buena memoria, vivacidad y pulso firme; aunque ciega era capaz de aconsejar sobre el modo más conveniente de iluminar un retrato y suavizar rasgos y arrugas.
 
Para Lavinia Fontana (1552-1614) la pintura fue su ámbito natural. Era hija de un pintor de prestigio de Bolonia, quien la formó en el taller familiar y la empujó a convertir el arte en su modo de vida. Fue la primera mujer al frente de su propio taller y, reconocida como pintora profesional, traspasó los límites y los géneros impuestos a las mujeres: el bodegón, los floreros, las miniaturas o los pequeños retratos, realizando grandes cuadros de altar, retratos de grupo, paisajes e incluso representaciones mitológicas. Estas novedades hacen de ella una pionera en la pintura.
 
En sus primeros trabajos, obras devocionales en cobre o tabla, ya se ven elementos sustanciales de su pintura: colores saturados, contrastes lumínicos, el paisaje de fondo y una gran capacidad de invención. Con sus retratos se convirtió en la pintora preferida de las damas, a las que mostró en su sofisticado y lujoso ambiente. También inmortalizó a los humanistas y eruditos de la universidad de Bolonia, subrayando la autoritas del retratado. A finales del siglo XVI llegó al Escorial una pintura suya: La Virgen del Silencio. En esa época era ya una celebridad y contaba con reconocimiento social, tanto en Bolonia como en Roma, donde vivió al final de su vida.
 
La exposición termina señalando la fama alcanzada por las dos pintoras. Vemos el diario de Anton Van DycK, en su viaje a Italia, y un magnifico retrato de Sofonisba anciana. Lavinia también inspiró textos y objetos laudatorios, como una medalla acuñada en Roma en 1611, con su efigie por un lado y la alegoría de la Pintura por la otra. 




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