–Según Trump, el futuro no es la globalización sino el patriotismo, y Bolsonaro dice que Amazonia no es el pulmón del mundo... Parece que no entendemos la complejidad de la sociedad.
–Esos casos ponen de manifiesto que se está abriendo paso un nuevo eje de confrontación, diferente al de izquierda/derecha, que opone lo abierto a lo cerrado (ambos tienen versiones de derecha e izquierda). Es un problema de enorme gravedad: los clásicos instrumentos de protección (de la identidad o de las personas vulnerables) apenas son útiles en sociedades interdependientes, y quienes propugnan volver a ellos lo hacen en términos regresivos y contraproducentes. El Reino Unido no recuperará ningún control tras el Brexit, ni los trabajadores estarán mejor protegidos con las guerras comerciales. Hemos de encontrar instrumentos para esa protección a la que la gente tiene derecho. La paradoja es que hay más vulnerabilidad en replegarse que en abrirse y cooperar. Eso no es intuitivo, hay que darle forma para que la gente lo entienda. Mi tesis es que la democracia se mejora haciéndola más compleja, es decir, cuando intervienen más valores, factores y niveles en los procesos políticos. El gran enemigo de la democracia es la simplificación, que puede adoptar formas muy diversas e incluso contrapuestas. Hay simpleza populista pero también hay simpleza tecnocrática.
–Cuatro elecciones en cuatro años, el hartazgo se generaliza. ¿Todo es culpa de la clase política?
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