Verano 2019. Mientras las playas del Mediterráneo están repletas de veraneantes, mar adentro naves hamanitarias rescatan a centenares de náufragos. Son personas, no inmigrantes. El Derecho Marítimo Internacional no habla de «inmigrantes en peligro», sino de «vidas en peligro». Una premisa necesaria: desde hace más de cincuenta años, las rutas migratorias siguen afectando a amplias regiones de Asia en sus fronteras con Rusia, así como las fronteras de Centroamérica con Estados Unidos o el África subsahariana... La ONU lo certifica.
¿Porqué repetir que estamos ante una «inesperada, repentina, impredecible, catastrófica» emergencia migratoria? Quizás (únicamente) porque ahora está afectando a Europa. Y es dramático que precisamente Europa se rinda ante el problema (más aún ante sí misma) y no mire a la cara a lo que tiene delante. Delante tiene Oriente Medio, con un 35% de población menor de 30 años, y África, con más de 1.200 millones de personas, una media de edad de 24 años y una renta per cápita del 1%, frente al 70% de la riqueza mundial, concentrada en Europa y Estados Unidos. Por esto hablar de «emergencia migratoria» no es solo inapropiado, sino engañoso.
Distinta es la perspectiva que el papa Francisco ha repetido en la 105ª Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado1 (29 de septiembre): «No se trata sólo de migrantes». Hemos entrado en un lugar de acogida en Valencia y hablamos con Juan Biosca, director del ISO, y Mª Carmen González, trabajadora social y coordinadora del centro.
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