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No son una amenaza para la cultura

Javier Rubio

En la intervención del papa Francisco ante la última asamblea de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, una profunda reflexión sobre los emigrantes.


«Nuestras obligaciones con los migrantes se articulan en torno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar». Son palabras del papa Francisco en su intervención ante los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, que a primeros de mayo estuvieron reunidos en asamblea plenaria. Entre otros temas, la asamblea había abordado el delicado asunto de las migraciones y las reacciones que estas provocan, así como los conflictos de identidad que cada vez con más frecuencia están surgiendo entre Estados y dentro de ellos.  «Lamentablemente –dijo Francisco al respecto– tenemos ante nuestros ojos situaciones en las que algunos Estados nacionales implementan sus relaciones en un espíritu más de contraposición que de cooperación». Es un hecho que las fronteras de los Estados, heredadas de una determinada trayectoria histórica no exenta de conflictos, no siempre coinciden con áreas de población homogéneas, lo cual suele causar tensiones debidas a reivindicaciones de soberanía.
 
Los retos que hoy afronta la humanidad son de carácter global, afectan a todo el planeta. Pensemos un poco en qué significa «cuidar la casa común»: el cambio climático, la pobreza, las guerras, las migraciones, la trata de personas, el tráfico de órganos, la protección del bien común, las nuevas formas de esclavitud… Ahora despunta con particular fuerza la cuestión de la identidad nacional. «La Iglesia –dijo Francisco– siempre ha exhortado a amar el propio pueblo, la patria, y respetar el tesoro de las diversas expresiones culturales, las costumbres, los hábitos y los modos justos de vida arraigados en cada pueblo», pero al mismo tiempo ha advertido el riesgo de desviaciones, «cuando lleva a la exclusión y el odio a los demás, cuando se convierte en un nacionalismo conflictivo que levanta muros». De ahí que la Iglesia vea «con preocupación el resurgimiento, en casi todas partes del mundo, de corrientes agresivas hacia los extranjeros, especialmente los inmigrantes, así como ese nacionalismo creciente que descuida el bien común».
 

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