«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14)
Al recordar las últimas horas transcurridas con Jesús antes de su muerte, el evangelista Juan pone en el centro el lavatorio de pies. En el antiguo Oriente era un signo de acogida al huésped, que llegaba por caminos polvorientos, y solía realizarlo un siervo. Precisamente por eso, en un principio los discípulos se niegan a aceptar este gesto de su Maestro, pero Él al final les explica: