Un día, cuando mi hija tenía 8 años, me preguntó: «Papa, ¿qué es eso de la hipnosis que haces en tu estudio?». Y yo le dije: «Es una forma de ayudar a la gente; si mi cliente está convencido de que no puede hacer una cosa, yo le ayudo a creer que es posible». Luego le hablé de una niña, hija de un colega mío, que un día volvió de la escuela muy excitada: «Papá, hoy he aprendido que las abejas tienen un cuerpo tan pesado para sus alas que no podrían volar, pero como no lo saben, ¡pueden volar! Ahora entiendo qué es la hipnosis».
Todos hemos pasado por una hipnosis en alguna ocasión. Imaginen a una madre durmiendo a su bebé con una canción de cuna. Es una experiencia de trance. O cuando vamos a un concierto de música y no nos damos cuenta de que han pasado dos horas porque estábamos atrapados escuchando las melodías. O cuando vamos conduciendo absortos por una autovía que conocemos perfectamente, pero tenemos la mente en otro lado y se nos pasa la salida que teníamos que coger. Los estados de trance hipnótico, es decir, ese estado de conciencia alterado en el que las facultades lógico-críticas de la persona se reducen al mínimo y por tanto es fácilmente sugestionable, se dan en muchas situaciones.
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