«Cuánto tiempo sin vernos! Ya, si eso, nos llamamos» (con escasa intención de hacerlo); «He tenido un contratiempo» (me he dormido y llego tarde); «¡Hoy no voy a poder! Estoy liada» (no tengo ganas de ir)… Según Pamela Meyer, autora norteamericana experta en detección del engaño, solemos mentir entre diez y doscientas veces al día. Decimos partes de la verdad, la tergiversamos o la disfrazamos consciente o inconscientemente.
Es algo aprendido desde la más tierna infancia. Empieza como un mecanismo defensivo cuando nos sentimos vulnerables, pero puede llegar a ser una poderosa arma de manipulación. El refranero español recoge algunas joyas al respecto: «Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo», «Mientras más mentiras cuento, menos me parece que miento», «Exagerar y mentir, por el mismo camino suelen ir», «Una mentira, madre es de cien hijas», etc.
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