ace unos años visité el Museo de la Evolución, en Burgos, que alberga numerosas muestras arqueológicas del yacimiento de Atapuerca. Para aprovechar mejor la visita, mi acompañante y yo nos unimos a las explicaciones de una guía. De todo lo que nos fue contando, una cosa llamó poderosamente mi atención: la mandíbula de un homo antecessor (90.000 años de antigüedad), varón de unos 40 años (la esperanza de vida en aquellos tiempos), al que le faltaba toda la dentadura.
La guía nos explicó que el individuo había podido llegar a esa avanzada edad, a pesar de que le faltara toda la dentadura desde hacía años, gracias a que el resto del clan había triturado la comida para dársela. ¡Era el primer caso documentado del cuidado de un ser humano por otros! Los primeros «potitos».
Este verano, después de haber pasado una semana con Julia e Inés, dos niñas de 8 y 10 años respectivamente, tan solo dos días después me fui a cuidar a la señora Leo, de 83 años. Nunca antes había tenido que cuidar de una persona mayor y pensé: no creo que sea tan distinto. Y de hecho así ha sido.
Ambos, niños y ancianos, tienen una gran necesidad de cariño y protección, y una manera muy peculiar de ver la realidad. Así que he querido poner por escrito algunos ejemplos para que no se me olviden, aunque creo que no podría olvidarlos. Los he clasificado en varios epígrafes.
Leer más