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Cuando vaya al Paraíso

Pilar Cabañas Moreno - Ilustración: Blanca López Cabañas


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Ana era una niña dulce y alegre. Hacía unos meses que su mamá había muerto y desde entonces no hablaba con nadie y hasta le molestaba que la gente riera. A su papá le pasaba lo mismo. Cuando la recogía en el cole, se miraban a los ojos y, sin decir nada, regresaban a casa. Allí todo era silencio y encendían la tele para oír a alguien hablar. Se sentían muy solos.
 
Andrés, un compañero de Ana, entendía muy bien su tristeza, pero no sabía cómo ayudarla. Un día la vio sentada en el bordillo de la acera. Se acercó y, sin hablar, se sentó a su lado. Ella lo miró y siguió callada. Él con un palito escribió en el suelo: «Está en el Paraíso». Ana se giró hacia él sin entender nada: «Mi mamá no está en ningún sitio. Mi mamá murió». 
 
Andrés respondió: «Yo tampoco tengo a mi mamá, pero sé que está en el Paraíso y desde allí me ve y me escucha. Mi papá es científico y dice que todo está siempre transformándose. Por ejemplo, si un pájaro se come una cereza con hueso y todo, después hace caca –¡uaggg!– y luego sale un árbol».
 
«Eso lo entiendo –dijo Ana–, pero las personas no son como las cerezas». «Eso dije yo, pero mi papá me explicó que las personas tenemos un alma que no muere jamás y que se transforma para brotar como el hueso de la cereza en otro lugar». 
 
«¿Y qué lugar es ese? Yo quiero ir a ver a mi mamá», se sorprendió Ana. «Es el Paraíso –dijo Andrés con una sonrisa en los ojos–. Yo no he estado ni lo he visto en fotos, pero mi papá dice que es precioso y que allí hay todo lo que podemos imaginar para ser felices». 
 
«¿Y dices que tu mamá está allí?», preguntó Ana. «Sí, y seguro que ya ha conocido a la tuya y hasta son buenas amigas. En el Paraíso todos son amigos».
Entonces, juntos se pusieron a imaginar cómo les gustaría que fuera el Paraíso: piruletas y todo tipo de chuches colgando de los árboles, estanques de limonada, fuentes de helado, camas elásticas en el suelo para ir saltando a cualquier parte… Ana comenzó a reír a carcajadas, feliz al imaginarse junto a Andrés viviendo en aquel lugar tan alucinante.
 
Cuando se les pasó la risa, la niña le dijo: «¿Sabes una cosa?», «Sí –dijo Andrés–, que lo que más te gustaría sería estar con tu mamá para siempre, aunque no hubiera chuches». «¡Exacto! Me gusta sentir su mano calentita y su beso en la frente». 
 
«¿Sabes otra cosa? –preguntó esta vez Andrés–. Yo sé que mi mamá me cuida desde allí. Todos los días le cuento lo que hago, lo que me pasa, si algo me da miedo o si me he comido todo el puré en el cole». «¿De verdad? Entonces, ¡seguro que nuestras mamás se han puesto muy contentas al ver cómo nos reíamos antes!». 
 
En ese momento sonó la sirena del final del recreo. Al entrar en clase Ana se paró un poquito y le dijo a Andrés: «Le he dicho a mi mamá que hoy voy a intentar no distraerme en clase para que esté orgullosa de mí». «Yo también lo haré». Y diciendo esto chocaron la mano.
 
Al salir del cole Ana miró a su papá de un modo diferente, sin tristeza, y él, sorprendido, le preguntó. Ella se quedó parada unos segundos. Era como si su mamá le hubiera susurrado al oído que le contara su descubrimiento. Así que le contó lo que le había explicado Andrés sobre el Paraíso, sobre la materia, las almas y los huesos de cereza. Y que en el Paraíso las mamás ya no están cansadas ni les duele nada, escuchan música, bailan y todos son amigos. 
 
«Las almas no se ven –dijo Ana–, pero nos escuchan, nos animan, nos protegen. Eso dice el papá de Andrés». Su papá escuchó con mucha atención y dijo: «Quizá el papá de Andrés tenga razón. ¿Quieres que yo pruebe a contarle mis cosas a mamá?». «Sí –respondió la niña–, eso nos ayudará a sentirnos menos solos. Aunque no la veamos, ella siempre estará con nosotros».
 
Los dos se abrazaron muy fuerte y el papá dijo: «¿Qué tal si empezamos pidiéndole alguna sugerencia para la cena?». Ana fue corriendo a la nevera, pero estaba completamente vacía. Muy decidida dijo: «Creo que la sugerencia va a ser que encargues una pizza». Los dos comenzaron a reírse e imaginaron como se estaría riendo mamá.
 
Pilar Cabañas Moreno
Ilustración: Blanca López Cabañas
 




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