Irak, 1908. El joven francés Louis Massignon lleva días preso, acusado de espía. Tiene 25 años. Ha intentado escaparse dos veces y está exhausto y enfermo. Con un cuchillo en las manos está pensando en el suicidio. En ese punto de extrema desesperación, una extraña paz lo invade. El joven agnóstico describirá más tarde esta experiencia espiritual como «la visita del extranjero». Poco después, y gracias a las gestiones de una familia árabe, es liberado y acogido por esa familia musulmana con la que entablará una amistad eterna.
La irrupción de lo divino en su espíritu agnóstico y el hecho de saborear la hospitalidad en medio de la debilidad son las claves que llevan a Massignon a cambiar su visión del islam y comprender el diálogo entre religiones y culturas. Esta doble experiencia hará de él un puente entre Occidente y el mundo islámico, y con los años será reconocido como uno de los mayores islamólogos de Europa, sumamente comprometido en el diálogo cristiano-musulmán.
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