Isaac, un niño muy despierto, vivía cerca de un frondoso parque con un lago en el centro. Cuando reunía unas cuantas monedas, las gastaba en la tienda del señor Tomás, que vendía todo tipo de animales: cacatúas de colores, pequeños monos, serpientes verdes, negras y con manchas naranjas, iguanas…, incluso un cachorro de tigre. Pero lo que dejaba fascinado a Isaac eran los peces de colores y los caballitos de mar.

 

Isaac sacaba sus monedas del bolsillo y el señor Tomás calculaba cuántos pececillos podía darle; los metía en un cuenco de cristal y con muchísimo cuidado Isaac los llevaba hasta el lago y los soltaba en el agua. Al principio los peces, desorientados, nadaban agitados de un lado a otro, pero enseguida se daban cuenta de que volvían a estar en libertad.