Si por una hipótesis absurda todos los evangelios de la tierra fuesen destruidos, nosotros querríamos vivir de tal forma que se pudiera reescribir el Evangelio con nuestra vida». Esta exigente convicción de Chiara Lubich ha acompañado a cuantos se han ido acercando de distintas maneras al Movimiento de los Focolares desde sus inicios, cuando, a causa de la Segunda Guerra Mundial, «todo se derrumbaba». Entonces se vivía con especial intensidad la Palabra, y esta era el «atuendo» que se ponían al despertarse. La llevaban en el corazón y la ponían en práctica en toda ocasión.
Chiara Lubich dio testimonio de ello infinitas veces, narrando historias fascinantes sobre los frutos, los descubrimientos y los efectos que ello tenía. Eran hechos personales o colectivos que ponían todo del revés, y por eso no dudaba en definirlos como «revolucionarios».
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