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Pobres de Dios, pobres de humanidad

Ezio Aceti

Parloteo en lugar de relaciones. ¿Quién les habla hoy de Dios a los niños?


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Hoy el mundo presenta tales desigualdades que nadie puede aceptarlas. Lo absurdo de la situación no deriva tanto del aspecto moral, ético o religioso, cuanto de motivos muy humanos. Es cuestión de inteligencia, pues las condiciones de desequilibrio revierten en el mismo ser humano. Por eso hay que evitar que el hombre se hiera con su propia azada y procurar que dé lo mejor de sí, que también es lo más verdadero y lo más bello.
 

Ser social

La persona es un ser social y no puede vivir sin el otro. Incluso los anacoretas y monjas de clausura, que optan por una vida retirada, lo hacen atraídos por una profunda relación con Alguien, o sea, Dios. La esencia del ser humano, pues, no es el individuo, sino la «persona» en cuanto criatura que dialoga y se relaciona con otros, que a su vez la constituyen.
El crecimiento del niño sería imposible sin la constante presencia de adultos (madre, padre, educador). Cuando llega la vejez tenemos necesidad de un diálogo amoroso y del apoyo de alguien que nos ayude. Pronunciar las palabras «hombre»/«mujer» equivale a decir relación, encuentro, reciprocidad, que son términos esenciales para la vida misma.
Emmanuel Lévinas (1906-1995), un filósofo francés de origen judío, decía que en realidad el yo no existe, o mejor, existe solo en relación con el otro; es el otro quien me permite existir. La relación está ontológicamente en cada uno de nosotros y solo gracias a ella nos realizamos. Ser pobres en relaciones significa ser pobres en lo humano.
 

¿Pobreza de relaciones?

Vivimos en una época en la que parece que las relaciones se han multiplicado y que los instrumentos para relacionarse se han disparado. ¿Cómo hablar de pobreza de relaciones cuando las redes sociales están llenas de comunicaciones, intercambios e interacciones, hasta el extremo de tener que establecer normas para mantener la privacidad e impedir que otros se relacionen conmigo? 
Parecería que la relación se ha convertido en una obsesión, hasta el punto de que el valor de una persona se mide por sus contactos en Facebook o sus seguidores en Twitter. Pero si somos tan ricos en relaciones, ¿por qué no somos capaces de construir redes que ayuden a desarrollar la fraternidad? Quizás porque conviene definir qué entendemos por relación.
 

El punto de apoyo

Hoy la mayoría de los contactos virtuales no son relaciones, sino mero parloteo, difusión de noticias, manifestación de opiniones. Quizás digan algo positivo, pero son relaciones superficiales, si bien querrían manifestar algo profundo, como la necesidad de darse y respirar la belleza de vivir juntos. 
Esta proliferación de relaciones en realidad es una necesidad desesperada de encontrarse y vivir con los demás. Pero no se logra porque falta el fundamento, ese algo que permite que tal intercambio sea auténtico. Le falta el punto de apoyo que hace que lo humano sea verdaderamente humano.
El ser humano es relación porque procede de la relación de amor por excelencia. Es el don inefable de la relación con Dios, que es amor del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo. Esta verdad es constitutiva de cada uno de nosotros. 
Nos hemos olvidado de transmitir a nuestros hijos esta sencilla verdad: somos criaturas donadas por amor y destinadas a ser un don para los demás. El fundamento de la relación es el amor. Y el amor se comprende a fuerza de vivirlo, conocerlo y experimentarlo. Olvidarse de comunicarlo a los hijos tiene como consecuencia ignorarlo, no conocerlo ni saberlo. Por eso nuestros hijos manifiestan desesperadamente la necesidad de relación. Intentan hacerlo, pero les falta el fundamento.
 

La verdad de Dios-Amor

El ateísmo actual no deriva de una consciente decisión de no reconocer la existencia de Dios, sino de la desafección de la oración, del descuido por parte de padres y educadores cristianos en hacer lo único necesario: hablarles a los hijos de la verdad de Dios-Amor y de su presencia en cada uno. El fundamento es Dios-Amor.  Habría que educar a relacionarse con Jesús desde pequeños para abrir el corazón a la verdad, porque la auténtica identidad es ser amor y estar iluminados por el amor que llevamos dentro.
Este Dios no impone nada, no quiere nada de nosotros, sino que ilumina nuestras intenciones y nos ayuda a sustanciarlas de amor. De este modo descubriremos el encanto de ser personas y vivir juntos. Lo más hermoso que podemos desear para nuestros niños y adolescentes es abrir su corazón y su mente a la belleza del amor. Y el Amor es Jesús, el más hermoso de los hijos de los hombres. 




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