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La cuestión es otra

Alberto Barloc

Crisis en el Cáucaso
¿Por qué razón nada menos que el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, tuvo que incomodarse para mediar entre Rusia y Georgia con motivo de la crisis militar que estalló en Osetia del Sur? La pregunta no es gratuita, porque si repasamos la agenda de conflictos no resueltos del planeta, constatamos que en otros lugares no se verifica la solícita intervención de jefes de estado de países centrales. No recordamos haber visto a un jefe de gobierno europeo desvelarse por el prolongado conflicto en el ex Zaire, ni siquiera en los momentos más dramáticos y con millones de muertos. La clave es que Georgia, como Kosovo, es un lugar estratégico. Por un lado, porque por este país pasa una parte esencial del abastecimiento energético de Europa: 1,2 millones de barriles diarios de petróleo. Por otro, porque la Unión Europea tiene claro que el intento de atraer a Georgia hacia la OTAN (alianza militar occidental liderada por Estados Unidos) ha irritado, y mucho, a Rusia. Desde el colapso de la Unión Soviética, Rusia ha visto ampliarse progresivamente alrededor de sus fronteras el área de influencia de Estados Unidos. Varias de las ex repúblicas soviéticas de Asia central mantienen estrechas relaciones con la Casa Blanca. Ucrania y Georgia, pasillo obligado para gasoductos y oleoductos, se han vuelto pro-occidentales. El avance de la OTAN hacia los ex miembros del Pacto de Varsovia (Bulgaria y Rumanía son las últimas adquisiciones) es un gesto que Moscú percibe como una amenaza. Y la amenaza es evidente desde que la Casa Blanca, prácticamente sin consultar a sus aliados de la Unión Europea –nótese el detalle–, decidió instalar un sistema de escudo antimisiles en la República Checa y en Polonia. Dicho escudo, lejos de ser un sistema de defensa, rompe el equilibrio nuclear con Moscú. Por lo tanto, la crisis militar que estalló en agosto no es sino el resultado de una serie de decisiones políticas previas. El presidente georgiano, Saakashvili, atacó directamente a la población civil de Osetia del Sur, lo cual revela la intención de llegar a una crisis internacional para provocar la intervención de la OTAN. No es casual que Saakashvili realizara el anuncio del ataque luciendo a sus espaldas la bandera de Georgia y la de la Unión Europea. ¿Había razones para la agresión? No muchas. El presidente georgiano no había manifestado preocupación por la situación de Osetia del Sur, enclave ruso en territorio formalmente georgiano. La independencia proclamada unilateralmente por los osetios en 1991 no tuvo reconocimiento internacional, y quedaron en un compás de espera autonómico vigilado por fuerzas conjuntas de los tres actores locales. Rusia, además, no pensaba intervenir militarmente. Con toda probabilidad, el presidente de Georgia intentó forzar la situación con vistas al deseado ingreso en la OTAN y en la Unión Europea. Pero no calculó la vehemencia de la reacción de Moscú, dispuesta a poner coto a tal expansión. Por cierto, la reacción rusa fue desmedida. Pero también esto tiene su lógica. Si la Casa Blanca es capaz de definir con total desparpajo que el Cáucaso representa un área de interés para su seguridad, ¿cómo negarle a Moscú el “derecho” a preservar allí su zona de influencia? Por supuesto, hablar de derecho en estos casos sólo es posible si aceptamos una subdivisión del mundo sobre la base de una relación de fuerzas. Y llegamos aquí, quizás, al meollo de la cuestión: ¿por qué razón la intervención de Rusia en Osetia es más injusta que la intervención de Estados Unidos en Irak? Se entiende, pues, que se requiere un equilibrio internacional sobre una base distinta del dominio sin restricciones o los meros intereses comerciales. Si no, el derecho internacional se verá limitado por un sinfín de situaciones de facto. Es todo lo contrario de lo que sugiere el sentido común, la racionalidad política y la visión jurídica, y todo lo contrario de lo que sugiere una interdependencia cada vez más evidente.



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