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Jardineros del mundo

Francesc Brunés

Cuidar el planeta es cosa de todos, y se empieza generando pequeños hábitos ecológicos.


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Hacia los años noventa del siglo pasado hubo un personaje en la televisión pública catalana llamado Capità Enciam (Capitán Ensalada), que protagonizaba cortos episodios con el objetivo de concienciar a los telespectadores sobre las ventajas del reciclaje. Su lema era: «Los pequeños cambios son poderosos», un eslogan que hacía mella en la juventud de la época, que veía cómo pequeños cambios de costumbres podían ser muy eficaces para conservar el medio ambiente. 
 
Y es cierto: cuidar este jardín que es el mundo empieza por pequeños cambios nacidos de las conciencias individuales. Ahora bien, tal como van las cosas, son necesarios cambios de mayor calado si no queremos contemplar desde nuestra ventana un desolador paisaje donde antes estaba ese bonito jardín que habíamos heredado.
 
Fue a mediados del siglo XX cuando se empezó a tomar conciencia de que el impacto de la producción sobre la naturaleza era notable. En 1972, un Informe al Club de Roma, «Los límites del crecimiento», activó todas las alarmas. Sin embargo, en aquellos momentos la incredulidad –interesada o no– siguió propiciando que la técnica del avestruz de esconder la cabeza bajo el ala fuera la más habitual. 
 
Tímidamente se fue iniciando un camino en la línea cuantitativa. Se trataba de consumir menos recursos para dar tiempo a la naturaleza a recuperarse. Poco a poco se fueron introduciendo aspectos más cualitativos, dando lugar al inicio de una cultura de respeto a la naturaleza. Gandhi afirmaba: «La Tierra es suficiente para todos, pero no para la voracidad de los consumidores», poniendo así de relieve una problemática de largo alcance, no sólo en el terreno de la ecología.
 
 
De hecho, la ciencia ecológica no es nueva. El naturalista y filósofo alemán Ernst Haeckel (1834-1919) introdujo el estudio de la interacción mutua de todos los ecosistemas. El término ecología proviene de oikos (casa) y logos (entendido aquí como conocimiento), es decir, conocimiento de la casa que habitamos juntos, seres humanos y animales, que es la naturaleza, el planeta Tierra. En la línea de esta concepción integral de la ecología, la pionera del movimiento verde en Alemania, Petra Kelly (1947-1992), decía: «Este movimiento –los Verdes– lucha a favor del medio ambiente, a favor de los bosques, a favor de los campos y océanos, de las plantas y animales, a favor de la energía solar, el aire limpio y sobre todo a favor de la gente».
 
El científico británico James Lovelock (Letchworth, 1919), autor de la hipótesis Gaya, que considera la tierra como un sistema autorregulado, hace una interesante aportación en el terreno de las interrelaciones y la transversalidad que configuran la base de la ecología: «El universo está constituido por una inmensa red de relaciones, de tal manera que cada uno vive por el otro y con el otro. El ser humano es un nudo de relaciones orientadas en todas direcciones». 
A los diez años de su muerte, no podemos olvidar la contribución, desde posiciones anarquistas, de un pionero del movimiento ecologista. El estadounidense Murray Bookchin (1921-2006) hace un análisis partiendo de la dominación «de un estado o nación sobre otro, de un hombre sobre otro, de un blanco sobre un negro, de un hombre sobre una mujer y del hombre sobre la naturaleza». Obviamente critica la concepción que tienen las sociedades patriarcales y clasistas de la libertad, entendida como una independencia de las restricciones impuestas por la naturaleza.
 
Resulta interesante la visión que ofrece, desde el feminismo oriental, la filósofa y escritora india Vandana Shiva (Dehradun, 1952), autora, entre otras, de la obra Abrazar la vida. Shiva hace una crítica radical del modelo occidental de desarrollo, ya que implica, según ella, un lento genocidio de la naturaleza. Concibe la naturaleza como un principio femenino, en concordancia con la filosofía hindú. Afirma que «la ciencia debe estar al servicio de la superación de la pobreza y para garantizar la vida». 
 
También el teólogo brasileño Leonardo Boff (Concordia, 1938) en su obra Ecología. Grito de la Tierra, grito de los pobres (1996) planteó de forma incisiva la necesidad de pequeños y grandes cambios: «La crisis de sostenibilidad de la vida a nivel mundial se ha agravado de tal forma que nos obliga inmediatamente a tomar decisiones en orden a la acción. Pero no de cualquier manera. Es necesario hacerlo bajo los parámetros de una nueva radicalidad y un nuevo paradigma. El imperativo que se anuncia no es el de cambiar el mundo, sino el de conservarlo. ¿O quizás para conservarlo hay que cambiarlo?».
 
Actualmente, las corrientes éticas tienden a recuperar la centralidad de la ecología frente a la opulencia material propiciada por la religión de la economía separada de la política. El periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940), autor, entre otras muchas, de la obra Úselo y tírelo, afirma con su lacerante prosa: «Si los seis mil millones de pobladores del planeta consumieran lo mismo que los países desarrollados de Occidente, este sistema de vida que se ofrece como un paraíso, basado en la explotación del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza, es el que nos está poniendo el cuerpo malo, nos está envenenando el alma y nos está dejando sin mundo. Extirpación del comunismo, implantación del consumismo: la operación ha sido un éxito, pero el paciente se está muriendo».
 
Este planeta que «se está muriendo» encuentra en la última encíclica del Papa Francisco, Laudato si’, un nuevo hálito de vida. Toda ella es un formidable himno ecológico en el sentido más integral del término. Una invitación a afrontar una investigación seria y honesta que permita conocer las causas de los problemas y evitar descripciones parciales –movidas en ocasiones por intereses particulares– que escondan la verdad de los problemas. Pone el énfasis en «el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social» (LS 43-47), que incluye dentro del problema ecológico, haciendo un llamamiento a cuidar la «casa común». 
 
Sería necesario un artículo entero y aún más para tratar en profundidad la riqueza de esta encíclica. Cada uno, desde su pequeño rincón, puede colaborar en el mantenimiento de esta «casa» para todos y con un bonito jardín.




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