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El misterio de Georges de La Tour

Clara Arahuetes

Georges de La Tour (1593-1652)

Museo del Prado - Madrid

Hasta el 12 de junio


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Georges de La Tour (1593-1652) es uno de los pintores más queridos por los franceses junto a Monet, Renoir y Cézanne. Se le considera el más notable y misterioso artista del siglo XVII, ya que su vida y su obra todavía encierran muchos enigmas.

 

Tras su muerte La Tour cayó en el olvido, a pesar de que en su época las obras del pintor fueron muy apreciadas y coleccionadas por los personajes más prestigiosos de Lorena y París. En 1639 el artista ostentaba el título de pintor del rey Luis XIII.

 

Fue en 1915 cuando se produjo su redescubrimiento, gracias a un artículo del historiador alemán Hermann Voss. Años más tarde, con las exposiciones que se le dedicaron en 1934, 1972 y 1997 en París, La Tour recobró un lugar destacado en la pintura francesa.

 

Apenas se conservan documentos sobre él, debido a que las guerras devastaron su Lorena natal ya en vida del pintor, y a que durante la Primera y Segunda Guerra Mundial se destruyeron archivos y monumentos donde podían conservarse sus obras. Pero no todas sus pinturas desaparecieron. A comienzos del siglo XIX había cuadros suyos en museos franceses que se atribuían a otros artistas: las escenas nocturnas, a las escuelas del Norte (Flandes y Holanda); y las diurnas, a pintores españoles como Zurbarán, Ribera o Velázquez. En este caso, por su naturalismo un tanto rudo, considerado por los críticos franceses hasta principios del siglo XX como algo ajeno a la sensibilidad de su país y propio de creadores hispanos.

 

Para esta exposición en el Museo del Prado se han reunido 31 pinturas de La Tour, número excepcional pues hasta ahora solo se consideran autógrafas 40. En ellas se muestran los dos aspectos principales de sus lienzos: por un lado los personajes populares algo toscos y pendencieros, casi todos representados con luz diurna; y por otro, su producción final, donde pintó tipos humanos o divinos iluminados por una vela, absortos en la soledad y el silencio.

 

La Tour vivió tiempos difíciles. Fue testigo de guerras y epidemias, y la evolución de su carrera está ligada a los acontecimientos de la época. El artista nos hace reflexionar, junto a los protagonistas de sus obras, sobre la condición humana. Para ello se sirve de personajes que a menudo aparecen solos y meditabundos, rodeados del silencio y sin ningún elemento que los distraiga de su ensimismamiento. Quizás sea esta una de las claves del éxito de este pintor en nuestros días.

 

En la primera fase de su pintura, sus creaciones son más realistas, como el Apostolado de Albi, los mendigos harapientos de los Comedores de guisantes o los músicos callejeros presentes en la Riña de músicos, donde muestra los tipos sociales que protagonizaron a menudo sus escenas.

 

En la exposición se muestra otro de los temas de la Tour, sus mal llamadas copias: cuadros que se parecen pero que nunca son iguales, donde el artista busca soluciones distintas investigando fondos, colores, luces. Así lo vemos en las dos versiones de San Jerónimo leyendo una carta, donde la figura emerge de una profunda sombra y la luz transforma la composición dando transparencia a la carta que lee. La vejez del santo está tratada con delicadeza y realismo. Y en San Jerónimo penitente reflexiona sobre la vanidad de las creaciones humanas y la necesidad de estar vigilante para no sacrificar la eternidad a lo efímero.

 

A partir de la tercera década del siglo XVII su técnica evoluciona y las pinturas son más luminosas. Así sucede en El tramposo del as de tréboles y La buenaventura, donde incide en el juego de gestos y miradas, en la delicadeza del colorido y en la calidad de las telas.

 

En la segunda parte de la exposición, la luz es la protagonista de los cuadros, no el tema. Son pinturas nocturnas de carácter religioso, donde los personajes surgen de espacios silenciosos. En apariencia todo se simplifica, desde el colorido, que se vuelve monocromo, a las formas, que son más austeras. Así sucede en Job y su mujer, en La Magdalena penitente, donde la llama de la vela crea un ambiente lleno de misterio, o en la Aparición del ángel a San José, donde la técnica se hace casi impresionista, sobre todo en la faja del ángel.

 

Otras obras maestras son Ciego tocando la zanfonía y San Juan Bautista en el desierto, su última pintura, en la que acentúa la intensidad religiosa con los tonos monocromos. 





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