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El trabajo, ¿un producto más del mercado?

Francesc Brunés

Un recorrido por el concepto y la función del trabajo a lo largo de la historia, llegando hasta los retos que hoy se nos presentan.


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Tripalium, de esta palabra latina proviene el término «trabajo». El tripalium (tres palos) era un instrumento de tortura de la antigua Roma que servía para inmovilizar a los esclavos rebeldes mientras eran azotados. Por esta razón, el verbo tripaliare (trabajar) tomaba el sentido de sufrir, de encontrarse en un lugar de sufrimiento. 
 
Obviamente, en la época de la esclavitud no existía el concepto de trabajo entendido como bien de intercambio. El trabajo era un castigo impuesto por los dioses y por eso se reservaba a los esclavos, que eran propiedad de sus amos. Fue en el siglo XI cuando el modelo de gremios propició la aparición del concepto de arrendamiento de servicios ligado al trabajo, que así se convirtió en un medio para conseguir los recursos necesarios para subsistir. 
 
 

La Revolución Industrial

La Revolución Industrial en la segunda mitad del siglo XVIII introdujo el modelo capitalista provocando la separación entre los propietarios de los medios de producción y los trabajadores que prestaban sus servicios en la empresa. La mayor eficacia en la producción, posibilitada por la utilización de energía externa a la fuerza humana, provocó también la división y la fragmentación del trabajo. El trabajador quedó desvinculado totalmente del resultado de su trabajo, de su «obra». El fruto del trabajo ya no le pertenecía, sino que a cambio recibía un salario. 
En cierta forma es ahí donde empieza la historia del mercado de trabajo y, aunque en la versión liberal más salvaje se trata de un mercado más, en realidad debería tener características distintas. La «mercadería» que se comercializa en él es el trabajo, lo cual significa horas de trabajo de las personas. En realidad se podría decir que es un mercado que en el fondo transacciona con la vida de las personas, con su dignidad.
El hecho de que, por primera vez en la historia, grandes masas de personas trabajasen juntas, en un mismo espacio y en condiciones muy precarias, desencadenó, a partir de la primera mitad del siglo XIX, una serie de reivindicaciones, preparando el terreno a la aparición de los sindicatos. 
 
 

Derecho al trabajo

Después de la Primera Guerra Mundial, la constitución alemana de la República de Weimer (1919) fue la primera en reconocer el derecho al trabajo para toda la población, consolidándose así la reivindicación de este derecho social básico que, aunque actualmente se encuentra reconocido por grandes declaraciones internacionales y por la inmensa mayoría de las constituciones, en pleno siglo XXI se encuentra en una situación algo más que comprometida.
 
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, en su artículo 23, reconoce el derecho de toda persona al trabajo, a su libre elección, a unas condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo, a la protección contra el paro y al mismo salario por el mismo trabajo, entre otros. 
 
Sin embargo, no fue hasta 1966, con el Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales, cuando el derecho al trabajo fue reconocido como derecho civil, y por tanto incluido en la segunda generación de derechos humanos, la de los derechos sociales. 
 
 

Dimensión fundamental de la existencia

Karl Marx (1818–1833) ya advirtió de que el trabajo era reducido a puro valor de intercambio y corría el peligro de quedar limitado a sus dimensiones estrictamente económicas: horas de trabajo que se venden a cambio de unos medios de subsistencia. En este terreno, no se puede ignorar la historia para poder valorar mejor las aportaciones que se van produciendo. 
 
El trabajo como actividad penosa y deshumanizadora no es un castigo de Dios, es una injusticia. En 1965 el Concilio Vaticano II promulgó la encíclica Gaudium et spes, en la que se reconoce el trabajo humano en un plano muy superior al resto de elementos de la vida económica, reivindicando que sea humano y humanizador. 
 
En 1981, Juan Pablo II dedicó una encíclica entera al trabajo, la Laborem excercens. Este documento define el trabajo como una dimensión fundamental de la existencia humana y la clave de toda la cuestión social. Considera que los criterios que dirigen la producción deben estar siempre subordinados a las exigencias de la persona humana y sitúa el salario como problema clave de la ética social.
 
 
 

Nuevos retos

La evolución de las conquistas en este terreno no sigue un camino lineal y nunca se puede considerar un tema cerrado. La historia nos sorprende con giros inesperados. La sociedad postindustrial y globalizada limita las posibilidades de empleo y trae una mayor precariedad en las condiciones laborales. Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones transforman radicalmente el mundo del trabajo. Sustituyen trabajos sin cualificación por nuevas profesiones que requieren altos niveles de profesionalización. La timidez en políticas educativas inclusivas y cohesionadoras amenazan con crear una grieta en la sociedad y limitar gravemente las opciones de ocupación de amplios segmentos de la población, que quedan condenados a realizar actividades ilegales o clandestinas.
 
 
En su reciente encíclica Laudato si’, el Papa Francisco pone de relieve las deficiencias del crecimiento en los dos últimos siglos y cita entre los componentes sociales del cambio global los «efectos laborales de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la injusticia en la disponibilidad y el consumo de energía y otros servicios, la fragmentación social…» (LS 46). 
Nuevos retos, necesidad de nuevos paradigmas de mercado y centralidad de la persona humana. Todo ello sin que implique la incompatibilidad con la eficiencia y la sostenibilidad. La pelota está en juego.




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