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Unidad, palabra divina

Chiara Lubich


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Unidad: palabra divina. Si en un momento dado fuese pronunciada por el Omnipotente y los hombres la llevasen a la práctica en sus más variadas aplicaciones, veríamos el mundo pararse de golpe en su marcha general y, como en una moviola, reanudar la carrera de la vida en dirección opuesta. Innumerables personas desandarían el ancho camino de la perdición y se convertirían a Dios, encaminándose por la senda estrecha… Familias desmembradas por peleas, heladas por la incomprensión y el odio y como muertas debido a los divorcios, se recompondrían. Y nacerían niños en un ambiente de amor humano y divino y se forjarían como hombres nuevos para un mañana más cristiano.
 
Las fábricas, normalmente llenas de «esclavos» del trabajo en un ambiente de tedio, si no de blasfemia, se convertirían en lugares de paz, donde cada cual trabaja en su parcela para bien de todos. Y las escuelas reventarían los muros de la limitada ciencia para poner conocimientos de todo tipo al servicio de la contemplación eterna, aprendida en los pupitres como en un continuo desvelarse de misterios intuidos a partir de pequeñas fórmulas, de leyes simples, hasta de los números…
 
Y los parlamentos se transformarían en un lugar de encuentro de hombres a los que les apremia, más que la idea que cada uno sostiene, el bien de todos, sin engaños a hermanos ni a patrias.
 
En definitiva, veríamos el mundo hacerse más bueno y el Cielo bajar como por encanto a la Tierra, y la armonía de la creación serviría de marco a la concordia de los corazones.
 
Veríamos… ¡Es un sueño! ¡Parece un sueño!
 
Y sin embargo, Tú no pediste menos cuando rezaste: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».
 
(1961)
 
 
 
Cada vez que se nos pregunta cómo se podría definir nuestra espiritualidad y qué diferencia hay entre el don que Dios nos ha prodigado a nosotros y los demás con los que ha embellecido y enriquecido la Iglesia de hoy y de siglos pasados, no dudamos en decir una palabra: unidad.
La unidad es nuestra vocación específica. La unidad es lo que caracteriza al Movimiento [de los Focolares]. La unidad y no otras ideas o palabras que, de alguna manera, puedan expresar otros modos divinos y espléndidos de ir a Dios, como puede ser, aunque no se agote en ello, la pobreza para el movimiento franciscano, o bien la obediencia –pero esta tampoco lo agota– para la espiritualidad de los jesuitas, la oración para los carmelitas de santa Teresa la Grande, etc. Para nosotros lo propiamente característico es la unidad.
 
La unidad es la palabra síntesis de nuestra espiritualidad; la unidad, hacia la que confluye –para nosotros de modo particular, pero para todos– cualquier otra actitud religiosa.
 
(5 de octubre de 1981)
 
 
 
 
La unidad cuesta sacrificio, cuesta la muerte total del yo. Por eso las almas que la quieren aman a Jesús abandonado como modelo y como vida. Crucificarse uno mismo y renunciar a lo que se tiene y lo que se es para ser como Él, para ser otro Él, es la aspiración de todas las almas de los focolares y de cuantos forman la comunidad. Sin Él no hay unidad, porque el Amor es sacrificio, es Jesús crucificado: «Amaos como yo os he amado».
 
(1950)




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