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Más allá del desaliento

Jesús García

Todos los inicios de curso son un poco turbulentos, pero no se recuerda un preludio tan caótico, desconcertante y turbio como el de este.


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Sobre las razones de esta situación han corrido ríos de tinta y no seré yo quien añada caudal a estos emponzoñados ríos. De todas formas, les refresco algo la memoria.

Tras una primera fase de implantación de la LOMCE en 1o, 3o y 5o de Primaria y 1o de FP Básica el curso pasado, en este curso académico empieza a implantarse en 1o y 3o de la ESO y 1o de Bachillerato. Además de cambios en la distribución horaria, aparecen nuevos itinerarios formativos y nuevas elecciones para los alumnos.

Hasta aquí, de forma excesivamente simple, los cambios para este curso. La cuestión es que el escaso tiempo para llevarlos a cabo, las titubeantes partidas presupuestarias y, sobre todo, las manipulaciones políticas e ideológicas de uno y otro signo están ralentizando o amenazando estos cambios. Y, al final de todo, estamos nosotros, los profesores.

Repito, he sido excesivamente simple, pero aquí quería llegar. En estas, como en otras ocasiones, somos los profesores quienes recogemos los restos del naufragio. Y aunque es bien cierto que los últimos perjudicados son los alumnos y sus familias, somos los profesionales los que soportamos (por uno y otro flanco) quejas, lamentos e, incluso, reproches.

Les confieso que no me resulta fácil afrontar de forma alentadora este horizonte, pero, en ese marasmo emocional y profesional, me ha venido a la mente una frase del pedagogo francés Celestin Freinet, quien en esta circunstancia parece hablarnos directamente: «No podéis (...) mostrar el camino si os habéis sentado, cansados y desalentados, en la encrucijada de los caminos».

Soy consciente de la profunda dificultad de este enunciado, pero ello no le quita certeza. No entro en si se puede legislar desde el desaliento o si somos víctimas del desacierto de algunos, pero desde el desaliento no se puede educar.

¿Cómo volver a emprender la marcha desde estas encrucijadas de abatimiento para seguir mostrando el camino a nuestros alumnos como lo hemos hecho hasta ahora? ¿Cuál o cuáles

pueden ser esas fuerzas que nos impulsen a levantarnos y seguir caminando? Les sugiero algunas, más con el deseo de insinuar que de aconsejar.

La primera es reconocer la situación. Si un barco va a la deriva, hay que prepararse para arriar velas, achicar agua o salvar a los náufragos. De nada vale maldecir la tormenta mientras el barco se hunde.

La segunda es recuperar la misión. Nuestra misión como educadores va más allá de la mera tarea. Mientras la labor del médico es salvar vidas, la nuestra es ayudar a crecer. Y esta misión encierra una energía de tal potencia que hay que detenerse y tratar de recuperarla. Se trata, en definitiva, de poner de relieve todas nuestras fortalezas como educadores.

Y ello nos lleva a otra reflexión. Nuestros alumnos son nuestra razón de existir educativa. Ellos no solo no son culpables, sino que necesitan quien les muestre el camino. Es la oportunidad para encontrar recursos, métodos y propuestas que, más allá de incompetencias y malas artes, nos lleven a sentirnos realmente educadores.

Es el momento de mirar más allá de nuestro decaimiento y ver el de nuestros colegas, de encontrar nuevas relaciones de apoyo mutuo y de intercambio de ideas, expectativas y “dolores” educativos. Quizás esta sea la oportunidad de crear grupos de profesores en los que juntos podamos configurar un horizonte menos turbulento.





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