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articulo

EDUCACION - Más allá de las calificaciones

Jesús García

«En la época en que vivimos, la tarea de la educación no es tanto transmitir conocimientos y conceptos, cuanto afinar la conciencia de manera tal que la persona pueda percibir las exigencias contenidas en cada una de las situaciones cotidianas». Viktor L. Frankl


La proximidad del final de curso y todo lo que ello conlleva nos sitúa, como cada año, en ese momento en el que nos corresponde “valorar” lo que ha sido el desarrollo de todo un curso.

 

En medio de las circunstancias propias del momento (ajetreo, cansancio acumulado, nervios, impaciencias, frustraciones, éxitos atesorados, tensiones, esperanzas, dudas, etc.), nos encontramos con uno de los momentos más difíciles y complicados de cuantos nos toca vivir. Por si nos sirve, me permitiré plantear algunas ideas para sustentar esta “evaluación final”.

 

La primera reflexión que deberíamos hacer es «qué» valorar.

 

Lo más inmediato, lo primero que se nos pone ante los ojos son los resultados, es decir, las calificaciones. En consecuencia, es lo primero que valoramos. Sin embargo, en la raíz de las calificaciones hay otros elementos que debemos tener en cuenta.

 

Cuando evaluamos, no sólo estamos haciendo una valoración, como si se tratara de una competición o un concurso; estamos yendo más allá, estamos formando a nuestros hijos y alumnos. Este aspecto formativo nos debe llevar a tener en cuenta otros elementos de valoración. Por una parte, las virtudes: el esfuerzo, la tenacidad, la perseverancia, el orden, la sinceridad, etc., pero junto a ellas, otras habilidades que, sin ser virtudes en sí mismas, están en la base de ciertas virtudes.

 

Pensemos, por ejemplo, en la capacidad de manejar y superar adecuadamente las frustraciones; o, por ejemplo, en la capacidad de encontrar recursos para empezar de nuevo y superar las adversidades (grandes o pequeñas); pensemos si, por ejemplo, ha logrado tomar la iniciativa a la hora de pedir ayuda o si ha logrado, en la medida de sus posibilidades y edad, «ser dueño» de su proceso de aprendizaje, desarrollando la autonomía y la responsabilidad propias de su momento evolutivo.

 

Evidentemente, lo estarán pensando, esta valoración se dirige también a nosotros e interpela la calidad de nuestra ayuda. Así, también nosotros, nos debemos preguntar si hemos estado dispuestos a ayudarles a que… o si hemos puesto todo nuestro empeño para ayudar a nuestros hijos a que… Y, todo ello, teniendo en cuenta sus capacidades, sus características personales y, sobre todo, su evolución personal.

 

Y sirviéndome de esto último, les propongo una segunda reflexión.

 

Vivimos una época de paradojas. Una de ellas consiste en que, mientras por una parte se apela a lo «fácil y si esfuerzo» en el ámbito educativo, estamos viviendo una especie de «soberanía de lo académico». Se tienen mucho en cuenta los estudios realizados y mucho menos la evolución y crecimiento del alumno.

 

Ello nos lleva a tener en cuenta no sólo el punto al que hemos llegado (las notas) sino cómo ha evolucionado, qué progresos ha hecho nuestro hijo. De hecho, cada vez más se demandan personas éticas, con espíritu creativo, con fortaleza, capacidad de superación o colaboración, iniciativa y espíritu innovador, valores situados –como poco– al mismo nivel que los conocimientos, sin desdeñar éstos, pues son también un valor.

 

Tenemos todavía tiempo y oportunidades. Aprovechémoslas. Nos ayudarán a formar a nuestros hijos y alumnos, a realizar una siembra de futuro y a crecer en relación auténtica con ellos.





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