Había una vez unos abuelos… ¡Y todavía los hay!
Había una vez unos abuelos, ésos que siempre están cuando papá y mamá tienen poco tiempo; ésos que cantan canciones de cuna de otra época y que aún te suenan, aunque hayan pasado seis años...
Ésos que se inventan trabalenguas sobre la marcha y no sabes cómo, y luego te dicen: «Ésta es como tu casa». Y no les importa si se la dejas un poco patas arriba, sólo un poco.
Ésos que te entienden cuando tienes un berrinche y no te hacen preguntas. Ésos que, si lloras, te cogen en brazos, te hacen cosquillas y se te pasa todo. Y si tienes un amigo, lo quieren conocer; y si no tiene abuelos, entonces se vuelven abuelos suyos también.
Son ésos que, cuando vas a su casa, te preparan tu plato preferido. Y a veces vienen a tu casa y se quedan, pero luego por la mañana ya no están porque papá y mamá han vuelto, y entonces te preguntas: «¿Habrán vuelto a su casa?».
Son ésos que te enseñan a rezarle al ángel de la guarda, y ellos mismos parecen ángeles, aunque tengan el pelo un poco blanco y ni vuelen ni nada. Ésos que si no los tiene cerca, te hablan siempre por teléfono; ésos que uno quisiera tener para ir de vacaciones a la playa o a la montaña; ésos que, si no existieran, habría que inventarlos.
Son ésos que, aunque papá y mamá ya no vivan juntos, lo disimulan y para ellos no cambia nada; ésos a los que ya no puedes ver, pero los sientes muy cerca, aún más cerca, con el corazón. ¡Menos mal que hay abuelos!