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Correspondencia



¡Gracias 112! - Pobreza energética - ¡48 graduados!
¡Gracias 112! El 29 de julio pasado, una de mis excursiones por las montañas de Vidrà con mi mujer y mis hijos acabó siendo una pesadilla. Ya de vuelta, un inoportuno resbalón me hizo rotar sobre la pierna derecha y me rompí el tobillo, la tibia y el peroné. Oí crujir los huesos y caí al suelo en medio de un dolor insoportable. Pero no acabaron ahí las adversidades: ¡faltaba cobertura para contactar con el 112! ¿Solución? Mi mujer, Nuria, y mi hija, Laia, de 7 años, fueron a buscar un lugar con cobertura, que se hallaba a gran distancia. Enviaron un helicóptero. Mi hijo, Pablo, de 9 años, y yo lo oímos sobrevolar varias veces hasta que nos localizaron. Habían pasado varias horas y el frío se había apoderado de mí. Bajó un primer bombero y me dijo: «Me llamo Xavi, como tú. No te preocupes que te vamos a sacar de aquí». No puedo describir la tranquilidad que me produjeron esas palabras. La enfermera se dedicó a mí con una delicadeza asombrosa, mientras los dos bomberos y el piloto diseñaban el plan de rescate. Una familia que reside en verano en una masía de la zona pasó casualmente por allí y se ofreció para hacerse cargo de nuestros hijos, que estaban en un fuerte estado de ansiedad por lo ocurrido. De allí fui trasladado al hospital de Vic y luego al de Mataró, donde me operaron de urgencia. En este mundo deshumanizado, egoísta, consumista y muchos calificativos más, situaciones “límite” como la que me sucedió sacan a relucir de forma individual esos valores olvidados que nunca deberíamos haber perdido. Desde el sofá de mi casa doy las gracias a todos los que me ayudaron, en especial al fenomenal equipo del 112, que a pesar de los recortes (por comentarios que hicieron), su actitud y aptitudes fueron inmejorables. Gracias también a la familia de Vidrà, al personal sanitario de los hospitales de Vic y Mataró y al equipo de fisioterapeutas que siguen día a día mis progresos. Y, por supuesto, a mi mujer y a mis hijos. A todos ellos, ¡gracias! Javier Fanlo López. Pobreza energética Según un estudio de Naciones Unidas, 1.300 millones de personas en el mundo aún no tienen acceso a la electricidad, casi dos veces la población de Europa. Incluso en España hay cuatro millones de personas en condiciones de pobreza energética, y las consecuencias son serias, porque cuando una familia tiene que destinar buena parte de sus ingresos para conseguir combustible, disminuyen mucho sus posibilidades de llevar una vida digna. Al parecer, sólo con el 3% de la inversión anual en infraestructuras energéticas se conseguiría el acceso universal en 2030. A España le correspondería aportar unos 700 millones de euros anuales, que parece muchísimo, pero es casi lo mismo que nos gastamos en helados en 2010 y algo más de la mitad de lo que las administraciones públicas gastaron en coches durante 2012. A. G. ¡48 graduados! Hace poco he leído una noticia que me ha dado mucha alegría y he pensado que a otros también les gustará conocerla: ¡48 africanos de dos campos de refugiados se han preparado online y han logrado graduarse! (25 están en un campo de Kenia y los otros 23 en Malaui). Y por si eso no fuera motivo de suficiente satisfacción, ¡la institución que otorga los títulos es una universidad de Estados Unidos! Se trata de una iniciativa de la Compañía de Jesús para llevar la educación universitaria hasta los más marginados. Gracias a la colaboración de profesores de las universidades jesuitas de todo el mundo y a la presencia de tutores en el campo de refugiados, estos jóvenes han logrado completar sus estudios. La posibilidad de tener cursos universitarios online permite a los estudiantes quedarse en África y así poder contribuir al desarrollo de sus comunidades. Entre los graduados hay refugiados de Ruanda, Burundi, República Democrática del Congo, Etiopía, Uganda, Somalia y Sudán del Sur. E. R. ¿Crecer o desarrollarse? Últimamente se habla de la necesidad de crecimiento para salir de la crisis. Esto recuerda unas ideas expresadas hace ya casi cuarenta años por el economista, pensador y escritor José Luis Sampedro. Para Sampedro, el desarrollo suponía crecimiento + cambio, de modo que para avanzar, personal o colectivamente, se requieren cambios. Un niño no crece sólo en estatura y peso, sino que se desarrolla porque se producen también cambios cognitivos, de su capacidad comunicativa, etc. Asimismo, en el ámbito económico, también se necesitan cambios de paradigma, de manera que la economía cumpla cada vez mejor la función de servir al bien común y a la felicidad. Pero..., siempre hay un pero. ¿Quién escribe la historia? Las personas. En cada época somos plenamente protagonistas de nuestra historia, con todos sus condicionamientos. Al mismo tiempo, la sociedad es fruto de la evolución histórica. Por eso hace falta una gran apertura a los signos de los tiempos con el fin de captar esas ascuas que hay que avivar para provocar el beneficioso incendio que nos traiga los cambios necesarios. No desarrollarse, como nos está ocurriendo, quiere decir quedarse subdesarrollados, por debajo de los demás y por debajo de nuestras propias posibilidades. Y ello provoca un alto grado de frustración y muchas veces justifica el fenómeno migratorio de los jóvenes, que no ven la posibilidad de desarrollar sus capacidades en su lugar de origen. Es triste pensar que un país no desarrolle su potencial porque piensa sólo en el crecimiento. Esta decepción favorece también el sentimiento de independencia. Tendemos a pensar que si las cosas dependieran sólo de nosotros, nos iría mejor. Pero en el fondo aspiramos a ser interdependientes, es decir, a tener un escenario en el que, en situación de igualdad, podamos avanzar de forma coordinada y con fuertes lazos con las demás regiones, comunidades, países... Y aquí es donde se encuentra la clave de nuestros paradigmas, también en el terreno económico. La figura del homo economicus está dejando paso al homo agapicus, según la terminología de M. Colsanto y G. Iorio. Es decir, un hombre que quiere edificar la felicidad pública por el bien de la comunidad. Y en el campo económico hay algunos ejemplos: la responsabilidad social de las empresas, la economía de comunión, los microcréditos, el comercio justo y solidario, la banca ética, las críticas radicales de Amartya Sen, el redescubrimiento de la economía civil... Es como si se estuviera configurando una especie de «sociedad buena» fundamentada no sólo en la solidaridad, sino también en la fraternidad, que implica reciprocidad y horizontalidad en las relaciones. CN



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