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articulo

¿Paralizados?

Jesús García

EDUCACIÓN
«Es que ellos saben más que nosotros». La frase que abre esta cita bimestral la dejó caer un padre en una intervención casual y espontánea. Estábamos en un momento de debate e intercambio dentro de un taller sobre el uso positivo y educativo de las TIC (Tecnologías de la información y la Comunicación), y la manifestación contó con la aprobación tácita de todos los asistentes, incluso con la mía, que coordinaba el taller. Constatábamos una realidad: nuestros hijos nos superan en el uso de los medios técnicos e informáticos. Todo se hubiera quedado ahí si no hubiera sido porque, de manera repentina, algo se cruzó en ese razonamiento. Sí, ellos manejan mejor los medios, pero ¿y mi papel, y nuestro papel como padres? ¿Tenemos nosotros algo que hacer en todo esto? Me di cuenta de que estaba ante una certeza, pero incompleta. Es más, me di cuenta de que ciertas «obviedades educativas» a las que damos cabida en nuestro razonamiento se van quedando como residuos que, por carecer de una segunda parte, acaban transformándose en desánimo, desmotivación o, lo que considero peor, indiferencia. Trataré de explicarme. Es cierto que la crisis educativa es algo que nos atenaza; es evidente que las circunstancias en las que educamos son muy adversas; es cierto que las distancias que vemos entre las situaciones difíciles y nuestro papel son tales que el vértigo nos deja paralizados. Desde hace tiempo vengo dándole vueltas a algo. ¿Por qué la magnitud de ciertas circunstancias que nos rodean llega a detenernos en nuestro «pequeño espacio» si en el fondo queremos seguir adelante en esta aventura que se llama educación? En un vuelo hacia la República Checa en el año 2009, Benedicto XVI hizo una afirmación sorprendente: «son las minorías creativas la que determinan el futuro». Somos minoría, ésta es la evidencia, pero hay una segunda parte: «creativas». Lo primero es lo evidente, lo segundo es lo posible. Somos minoría ante una cuestión tan potente como es la denominada «brecha digital». Puedo quedarme en mi reducido y limitado espacio personal quejándome o lamentándome, o pensar que sería posible hacer algo: un encuentro con padres y educadores para intercambiar al menos dudas o temores, organizar un pequeño taller para ayudar a los padres a que ayuden a sus hijos a usar de forma positiva esos medios o ponerme de acuerdo con otros padres y madres para redactar una carta dirigida al centro de nuestros hijos para solicitar ayuda y formación. Somos minoría ante el problema de la violencia, pero puedo empezar a trabajar con algunos miembros de mi comunidad educativa para organizar una pequeña Maratón por la Paz. Somos minoría ante formas sociales que evidencian una falta de valores, pero puedo esforzarme por formar a mis hijos en aquellos valores que creo esenciales para su futuro como persona. Es la fuerza de la creatividad y ésta es la segunda parte: la más difícil y más apasionante. La creatividad nace de la motivación, la imaginación y del esfuerzo, puestos al servicio de la educación de nuestros hijos. Finalmente otra cuestión. Tanto el concepto de mayoría como el de minoría hacen referencia a «grupo». En esto poseen la misma característica. Una minoría es un grupo, y un grupo, o mejor, la relación que se establece entre sus miembros, si persigue el bien común, si busca la comunicación y la confianza, acaba encontrando el impulso hacia la creatividad. Trabajando como un cuerpo encontramos más motivación, despertamos la imaginación y encontramos la fuerza para seguir adelante cuando el esfuerzo personal se resiente. Además es un antídoto contra el pesimismo. Se lo digo por experiencia.



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