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Un testimonio de humildad para un nuevo pontificado

Manuel María Bru

Cuando el timón de la barca de la Iglesia pasa, por generosa cesión, de un capitán a otro, la unidad de la tripulación se fortalece.
Marzo de 2013 será para la historia de la Iglesia un mes inolvidable con la elección del 266º Papa de su historia. Una elección que parte de un hecho tan insólito como significativo para la misión del sucesor de Pedro en el siglo XXI, la inesperada renuncia de Benedicto XVI. Los cardenales electores reunidos en cónclave elegirán este mes al sucesor de Pedro. Y aunque los Papas no se sucedan unos a otros, sino directamente al Pescador de Galilea, no sólo su elección sino el mismo ministerio petrino que ahora se inaugura tendrá necesariamente un nuevo timbre, motivado por el legado de los papas precedentes pero sobre todo por la renuncia de Benedicto XVI. Y este timbre nuevo habla más que nunca de humildad, de servicio y de unidad. Un testimonio de humildad Ha escrito con acierto el catedrático Federico Fernández de Buján que en el momento en que hizo pública su renuncia, Benedicto XVI nos dejó las claves en siete palabras: examen, conciencia, certeza, incapacidad, consciencia, servicio, y confianza. Una decisión libre, en conciencia, bien meditada, plenamente consciente, tomada por sentirse suficientemente mermado en sus capacidades, para el servicio de la Iglesia, y desde la certera confianza en el único «Pastor Supremo, Jesucristo». Algunos, al día siguiente del anuncio del Papa, intentaron contraponer la actitud de Benedicto XVI a la de Juan Pablo II, que a pesar de la prolongada disminución de sus facultades en los últimos años de su pontificado, no quiso, en palabras suyas, «bajarse de la cruz». No se trata de dos actitudes contrapuestas. Cada uno de ellos buscó en su conciencia cuál era la voluntad de Dios, y cada uno de ellos lo hizo desde su propia personalidad y situación. La decisión de Juan Pablo II tenía como apoyo objetivo ante quienes le criticaban por no renunciar el que dirigir la nave de la Iglesia no es dirigir una multinacional. El Papa es «padre y pastor». Como pastor, las facultades en el ejercicio del ministerio pueden quedar mermadas, pero su paternidad no ceja. A nadie se le ocurriría rechazar a un padre por su ancianidad o su enfermedad. Si en la decisión de Juan Pablo II primó la paternidad sobre el ministerio, en Benedicto XVI ha primado el ministerio sobre la paternidad. Él lo ha dicho con toda claridad: «no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino». Y ministerio significa servicio. Sus primeras palabras como Papa fueron que sería «el siervo de los siervos de Dios». Ahora nos ha demostrado que realmente los Papas de nuestro tiempo –los cuatro anteriores ya en proceso de canonización– centran su misión en la imagen de Jesús lavando los pies de sus discípulos. Es verdad que este servicio, como explicó Benedicto XVI, por su naturaleza espiritual, «deber ser llevado a cabo no sólo con obras y palabras, sino también en no menor grado sufriendo y rezando». Y si Juan Pablo II siguió ejerciendo este servicio «sufriendo y rezando» en el último tramo de su pontificado, Benedicto XVI, vivirá el último tramo de su vida «sufriendo» su deterioro físico, pero sobre todo «rezando» por toda la Iglesia. Es más, al anunciar que se retira a orar, demostró muchas cosas a la vez: la humildad de quien, siendo la persona con la autoridad moral más grande del mundo, no está apegado a serlo; el convencimiento de que la oración, para quien cree en la acción providente de Dios, es mucho más importante que la acción; y el desprendimiento, porque retirado a la vida contemplativa, no va a actuar como Papa “en la sombra”. Para un nuevo pontificado Aunque parezca paradójico, tanto la renuncia de Benedicto XVI como el tipo de pontificado que a partir de ahora se inicie están marcados por el ejercicio del pontificado de Juan Pablo II. Como decía el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid, el mismo día en que Benedicto XVI hizo pública su renuncia, hasta Pío XII los Papas apenas salían del Vaticano, mientras que a partir de Pablo VI y sobre todo de Juan Pablo II, los Papas se han hecho testigos directos de la predicación evangélica en el mundo entero: «Ser Papa en el siglo XXI no es lo mismo que serlo, por ejemplo, en el siglo XIII». Quien mejor ha explicado esto fue el mismo Benedicto XVI: «en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu». Estas palabras de Benedicto XVI tienen unas consecuencias importantísimas y determinantes para el futuro inmediato de la Iglesia. En primer lugar, que el papado hoy exige la fortaleza física y la capacidad suficiente de ejercer el pontificado con plena consciencia y libertad, de modo que no tengan que ser otros, por muy fieles colaboradores que sean del Papa, quienes terminen asumiendo una responsabilidad que el Señor depositó sólo en el Pescador de Galilea. En segundo lugar, humanizar la función del Papa, poniéndolo en su verdadero lugar, que no es el de un obispo más en la comunión pastoral de la Iglesia, pero tampoco el de una especie de monarca medio teocrático-absolutista que sólo pide pleitesía al resto de los obispos y al resto de los cristianos. Humanización iniciada por el Concilio Vaticano II, que permite que conviva un obispo de Roma emérito con otro en el ejercicio de su ministerio, como ya ocurre con el resto de los obispos. Y por otro lado, ayudar a superar viejos prejuicios contra una imagen hierática del papado, lo que significa un paso gigantesco para el diálogo ecuménico y para un mayor entendimiento con la cultura secularista, más sensible a los gestos que a las explicaciones. Y en tercer lugar, se trata de un gesto profético para el momento que hoy está viviendo la Iglesia, especialmente en Roma. Con su renuncia, Benedicto XVI manda un mensaje a los cardenales, a los obispos, a los sacerdotes y a toda la comunidad eclesial: sólo Cristo es importante, los demás son sólo instrumentos torpes a su servicio. Pronto sabremos cuál es el nombre del nuevo sucesor de Pedro. Éste es siempre un momento de confianza máxima para los hijos de la Iglesia, pero con el legado de santidad de los últimos Papas y el gesto de humildad de Benedicto XVI, la esperanza en una Iglesia y en un pontificado con mayor sencillez, entrega y comunión no es ni mucho menos una esperanza utópica. Por la fe sobrenatural, pero también por la humana contundencia de los últimos acontecimientos, esta esperanza pasa a ser una certeza. La fe de la «juventud del Papa» Ésta reacción, representativa de la esperanza de la Iglesia, es de Jorge Barrantes, un joven comunicador madrileño que la misma noche de la renuncia del Papa mandaba este mensaje a través de su teléfono móvil, mientras en Roma miles de jóvenes llenaban la Plaza de San Pedro para solidarizarse con Benedicto XVI: «Yo soy de esa juventud del Papa que coreaba el nombre de Benedicto XVI por las calles de Madrid y en el aeródromo de Cuatro Vientos hace dos veranos durante la Jornada Mundial de la Juventud. Esa juventud por la que un hombre de 83 años aguantó más de 40 grados y un temporal de lluvia y viento. Esa juventud a quien el Papa enseñó que igual que aquella noche resistimos bajo la lluvia, con Cristo podríamos también superar todos los obstáculos de la vida. Soy de esa juventud en la que el Papa confía, a la que pide que esté siempre alegre y dé testimonio en todas las circunstancias. Soy de esa juventud que hoy ve cómo su Papa, sin fuerzas por su avanzada edad, humildemente ha dejado paso a su sucesor para guiar a la Iglesia de Cristo. Sí, soy de esa juventud que debe agradecer a Benedicto XVI todo lo que le ha enseñado, no sólo con sus palabras, sino también con su ejemplo de entrega aun en las dificultades. Hoy es un día para dar gracias a Dios por Joseph Ratzinger, porque un día lo eligió y lo puso a nuestro servicio. Hoy es un día para rezar por él, por nuestro futuro Papa y por la Iglesia de Cristo. ¡Ésta es la juventud del Papa y ésta es la juventud de la Iglesia!». Algunas reacciones ante la renuncia de Benedicto XVI Salvatore Martínez (Renovación Carismática): «El Papa de la Caritas in veritate se despide así del mundo en nombre de la libertas in veritate, con un valiente y sorprendente gesto de libertad en la verdad». Julián Carrón (Comunión y Liberación): «Supone un acto de libertad sin precedentes, que privilegia ante todo el bien de la Iglesia (…) El gesto del Papa es un reclamo poderoso para que renunciemos a cualquier seguridad humana, confiando exclusivamente en la fuerza del Espíritu Santo». Javier Arteaga (Schönstatt): «más allá del entendible dolor debemos destacar del Papa Benedicto la lucidez de su amor a la Iglesia, la humildad en el reconocimiento de sus limitaciones y la sinceridad de conciencia ante Dios al tomar esta trascendente decisión para la Iglesia y el mundo». Kiko Argüello (Camino Neocatecumenal): «Estamos siempre muy agradecidos a Dios por él y rezamos para que la Santa Virgen María le dé salud y consuelo en su corazón por este acto de valentía, de profunda humildad, de coherencia y sobre todo de amor a Dios y a la Iglesia».



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