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Me ha abierto los ojos y el corazón

Pilar Margall

Cuatro meses y medio en América Central: el descubrimiento en primera persona de un mundo nuevo.
Hace poco más de un año salí para América Central. Combiné las vacaciones y tres meses de permiso sin sueldo y pasé allí desde mediados de julio hasta finales de noviembre de 2011. Aún me parece estar allí, así de fuerte y preciosa ha sido la experiencia. Pero, por otro lado, la perspectiva del tiempo me hace valorarla más y comprender la influencia que ha tenido en mi vida. Por primera vez pisaba otro continente. La posibilidad de convivir con las comunidades de los Focolares de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua me ha permitido constatar que ¡somos una gran familia! Nunca nos habíamos visto, pero teníamos la impresión de conocernos desde siempre. En esos meses hice de todo, siempre con la intención de amar, sirviendo concretamente a cada persona y tratando de entrar en la nueva cultura que se me presentaba. En Guatemala viví con otras cuatro compañeras: una mejicana, otra de Guatemala capital y otras dos indígenas, de diferentes culturas. La diversidad era muy grande, por ello la experiencia ha sido muy enriquecedora en todos los sentidos. Una de ellas, Moria, estaba enferma. Cuando llegué hacía dos días que había salido del hospital donde le habían practicado una traqueotomía. No podía hablar con normalidad y lo que me admiraba era la paz y la alegría que manifestaba, fruto de haber sabido transformar en amor esta circunstancia dolorosa. Cuando trataba de decirme algo, no la entendía bien y eso me dolía, pero ella sonreía y con gestos me decía: «¡No te preocupes!». Podía amarla concretamente haciéndole las curas, y como nunca había hecho nada parecido, era la ocasión de ir más allá de mi sensibilidad. Al lado de donde vivía está el Centro Educativo Flor. Cada mañana a las 8, antes de empezar las clases, se reúnen todos en el patio y lanzan el Dado del Amor, cuyas caras contienen una frase para poner en práctica: amar a todos, ser el primero en amar, amar al enemigo... La frase que salía la vivían durante todo el día, desde los alumnos de 4 años hasta los de 12, y también los maestros y el personal de administración y de servicio. Un día, a la hora del recreo, unos niños le dicen a la directora que uno de ellos había reñido con otro. La directora los escuchó y al final les dijo: «Probad a hablar y reconciliaros». Al terminar el recreo vienen los dos a hablar con la directora: «Ya nos hemos reconciliado». ¡La pedagogía del dado había hecho efecto! También trabajé en el Centro Mariápolis de Guatemala, donde se realizan muchos encuentros de formación. Continuamente hay personas que recibir y necesitan que la casa esté limpia y ordenada. Como residía allí, a veces limpiaba las habitaciones, servía la comida, lavaba los platos, plegaba las sábanas (¡más de cien en un día!). Todas eran oportunidades para servir concretamente. Durante mi estancia allí hubo grandes inundaciones en América Central; en Guatemala afectaron a 16 de sus 22 departamentos. Muchas personas se quedaron sin casa. La mayoría de las que conocíamos, sobre todo de los departamentos indígenas, perdieron la comida de todo un año, ya que el agua arrasó sus cultivos de frijoles, arroz y maíz, base de su alimentación. Enseguida movilizamos a la gente de los Focolares y, junto con otras entidades, aportamos alimentos, agua, dinero, medicinas. La gente estaba muy agradecida. También estuve en El Salvador, Honduras y Nicaragua, experimentando en todo momento que era parte de la misma familia. No se trató sólo de participar en las actividades de cada país, sino de “vivir juntos” aquellos momentos, de tal modo que me sentía ya de allí, que aquel era mi país. En Nicaragua visité el Instituto de Palacagüina, que está hermanado desde hace más de 20 años con el instituto de Santa Coloma de Farners (Girona) donde trabajo. Allí me encontré con niños a los que facilitamos becas de estudio y con sus familias. Fue muy emotivo. Todos expresaban su agradecimiento por lo que hacemos por ellos. ¡Cuántas más cosas podría contaros! A mi vuelta, después de haberme readaptado al ritmo habitual de aquí, percibo en mí que nada es igual. Todas las personas que conocí las tengo grabadas en el corazón, y el trato y las vivencias compartidas con ellos me han construido también como persona. Todo lo siento ahora como muestra del Amor de Dios por mí y como una invitación a transmitir ese amor que he recibido.



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