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articulo

Chiara, mi hermana (7ª entrega)

Oreste Paliotti

Episodios de la vida menos conocida de Chiara Lubich narrados por su hermano Gino.
Nueva entrega de la serie de entrevistas realizadas entre 1987 y 1991 a Gino Lubich, hermano mayor de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, con la intención de conocer mejor su personalidad humana y espiritual. –¿Cómo fue tu experiencia en Città Nuova? – (…) por medio de Città Nuova entablé un contacto más estrecho con los focolarinos, y de este modo maduré poco a poco a fuerza de cometer errores (metía la pata tremendamente), hasta que comenzó a abrirse una brecha. Pero costó lo suyo, sobre todo a uno como yo que me había formado con la mentalidad del partido [comunista]. Fíjate que quien ha estado en el partido es como un cura, que aunque se secularice, sigue siendo cura. Se necesitan años y años para llegar a entender que no se trata de una fe. Tanto más cuanto que la razón fundamental por la que surgió el marxismo, el socialismo, el comunismo, es auténtica: la necesidad de solidaridad. Pero no puedo decir que haya hecho todo ese camino por mí mismo, porque ayudó mucho el ambiente, el hecho de verme a diario con los focolarinos. No es que nadie me echara sermones (se me habrían atragantado enseguida), era su modo de hacer las cosas, su forma de vivir, su honestidad, sus ojos… lo que me dio que pensar. Eso me ayudó a creer en sus intenciones y también, indirectamente, en lo que decían. No fueron las palabras y creo que ni siquiera los escritos; fueron las personas, lo que hacían, lo que sufrían, lo que no decían pero yo veía. –¿Qué pensabas de las primeras y los primeros compañeros de Chiara? –Recuerdo que al principio venían y me decían: «Ahora en Italia somos tantos. Hemos hecho cálculos y dentro de equis años, si cada uno de nosotros contacta a equis personas y éstas se unen a nosotros, conquistaremos el mundo». Y yo les decía: «Mira que va para largo…». Porque si les decía veinte años, era como darles un guantazo. «Además –añadía yo– no necesariamente ocurrirá eso. ¿Por qué no ha sucedido nada parecido con otros movimientos? Hubo un gran movimiento franciscano, sin duda, y cambió el carácter de la civilización de entonces, pero que todo el mundo se vuelva focolarino, habrá que verlo». Sin embargo ellos estaban convencidos, ¡y cómo! Esa fe los hizo avanzar: para ellos lo milagroso era real. –¿Notas diferencia entre aquellos primeros focolarinos y los de ahora? –Los focolarinos y focolarinas de entonces diferían de los de hoy no sólo porque entonces estaban dedicados en cuerpo y alma, espíritu y materia, a los últimos; tampoco por ese desprendimiento total de las cosas más legítimas, como el estudio o la profesión… Yo no lo entendía. Decía: «Tendréis que usar las armas que usa el mundo: la cultura, la profesionalidad, etc. ¿Qué vais a hacer si lo abandonáis todo? (…)». Ni caso. Decirles eso era la mayor ofensa. En el movimiento se dio un inicio al estilo de las Florecillas de san Francisco y luego se ha consolidado a lo largo de la historia. Y esto conlleva cambios incluso en la forma de vivir y comportarse. Ha entrado en escena el factor cultural. Pero por otra parte, yo no sé cómo hubieran aguantado físicamente con aquel ritmo. Las más enardecidas eran las focolarinas: estaban convencidas, no había nada que hacer. Y esa fe les hacía hacer locuras. Duró hasta los años cincuenta esta aventura, estupenda incluso para quien la miraba sin fe, como yo, y con cierta envidia. A veces me decía a mí mismo: «¡Caray, si yo pudiera ser así!». Luego la razón me decía que eso no era más que el preámbulo de algo que estaba madurando. –A tu parecer, ¿cómo se ha producido ese cambio? –(…) En mi opinión, ha sido como un salto: eran críos y se han hecho adultos; nada más. El movimiento ha tenido también como una etapa adolescente. Pero cómo se ha producido el cambio, no lo sé. –¿Preveías la apertura ecuménica? –¡En absoluto! Mira, yo siempre he tenido que ver con las focolarinas, (…) y era impensable que tuvieran contactos con los protestantes y menos con los no creyentes. Cuando al principio se llamaron «focolares de la unidad» –en esos términos le habló Chiara a Giordani en Montecitorio [sede de la Cámara de los Diputados]– no creo que pensasen en la unidad con los no creyentes, etc. No, esa ha sido una evolución muy importante, que incluso ha precedido al ecumenismo oficial de la Iglesia en algunos aspectos. –¿Qué sabes sobre la amistad con De Gasperi1? –Un amigo de las focolarinas, el comendador Alvino, que había puesto en marcha para Giordani la revista La Via, provocó el encuentro con De Gasperi en Fregene [ciudad-balneario a 25 km de Roma]2. Yo estaba presente cuando se vio con Chiara, porque ese día había ido a visitarla; no cuando hablaron en privado mientras paseaban por la orilla del mar, sino cuando estábamos todos juntos. Se pusieron a cantar y el comentó la fuerte impresión que se llevaba de allí. –¿Te sorprendió? –No; a esas alturas este tipo de contactos ya había entrado en esa lógica suya de personas que, por Dios, se relacionaban con las personalidades más variadas, aun a costa de ser imprudentes. Además, querían instalarse en Roma en un lugar cercano al centro de la Iglesia, y para eso tenían que buscar los medios. Pero tuvieron mucho valor, sobre todo durante el periodo en que el Santo Oficio los estudiaba. Todas la mañanas acompañaban allí a Chiara, pero el resto del tiempo Chiara se mantenía retirada. –Tú has escrito varias biografías de santos fundadores. ¿Te has encontrado con cosas completamente distintas de las que se encuentran en la historia del movimiento? –Al contrario. En todas las vidas de estos fundadores (he escrito unas veinte) hay al principio un pequeño grupo. La misma Compañía de Jesús, que tiene una espiritualidad individual, empezó precisamente así. Y más adelante encontré aventuras similares a las que ha corrido el movimiento; por ejemplo, la incomprensión por parte de la Iglesia y ese sufrimiento tremendo (la noche oscura) antes de desembocar en algo nuevo son una constante en todos ellos. La diferencia con respecto a los demás está quizás en el aspecto coral. O sea, si hubiera que escribir la historia del movimiento, me parece que tendría que ponerse de relieve la comunidad. Por eso muchas veces me molestaba un poco que se citase sólo a una persona. Me parecía excesivo; le restaba valor a una historia que ha sido comunitaria desde el principio, y que no es la de unos seguidores que rodean a uno solo. Recuerdo que una vez fui al focolar masculino de Roma. Había en ese momento una pequeña multitud de focolarinos y focolarinas, y me resultó evidente que había creatividad por todas partes, que la personalidad de cada uno aportaba algo típicamente suyo que se volvía de todos. Pero esa preeminencia (probablemente inevitable en todas las historias de una fundación) que se le da a una sola persona, por mucho que yo la quiera, estoy convencido de que le perjudica también a Chiara, y creo que le resta algo a su obra, que sólo puede entenderse en su dimensión comunitaria. Si no, es una de tantas fundaciones, sin su característica. Yo veo el movimiento como algo unido, sólido, donde todos tienen un papel importante; aparte de quien ha tenido la inspiración, todos son absolutamente necesarios para entender el fenómeno. Prescindir de Chiara como prescindir del focolarino más desconocido de Filipinas es infligirle una herida difícil de cicatrizar. Quizá no estemos aún en condiciones de valorar esta dimensión comunitaria, pero esa es a mi parecer la diferencia entre el Ideal de la unidad y los demás carismas. (continúa en el próximo número) 1) Alcide De Gasperi (1881-1954), fundador de la Democracia Cristiana y primer presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana. Junto al francés Robert Schuman y al alemán Konrad Adenauer se le considera uno de los padres fundadores de la Unión Europea. 2) Igino Giordani, por su parte, cuenta que fue él quien los presentó durante un paseo por la playa de Fregene.



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