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El rescate que necesitamos, no sólo financiero

Juan Félix Bellido

El rescate europeo a la banca española es la fotografía de un problema que tiene origen en el fracaso del sistema.
Un dicho español afirma que no hay peor mentira que una verdad a medias, y alrededor de la situación económica española y del famoso rescate, desde los ámbitos políticos quizá no se nos mienta pero, desde luego, las verdades se dicen a medias, con lo que la mayoría de los españoles no nos terminamos de enterar, aunque suframos sus consecuencias. Se trata de una ambigüedad política querida e interesada. Y los españoles estamos ya cansados de que se nos quiera hacer comulgar con ruedas de molino. Durante años se nos ha ocultado la gravedad de la crisis, se nos ha estado contando –todos recordamos las declaraciones del anterior presidente del gobierno– que estábamos en la Champions League. Y cuando comienza a tirarse de la manta, resulta que la situación de los bancos deja mucho que desear. Pero vayamos por partes. ¿Dónde está el problema financiero que ahora Europa intenta remediar ofreciendo hasta 100.000 euros de préstamo? No está en los grandes bancos. Está en las Cajas de Ahorro. A decir verdad, la raíz del problema no es financiera. Se trata de la fotografía de un fracaso político. Y lo que habría que haber arreglado –y es lo que urge hacer– es el sistema político. Porque los bancos que están mal y que necesitan ser ayudados son precisamente las antiguas Cajas de Ahorro, gestionadas por políticos, no por banqueros profesionales. Y gestionadas en beneficio del propio partido y del propio gobierno regional. Y todo ello ayudados por los sindicatos, que también tenían sillón en los consejos de administración de estas entidades. Resultado: que las han esquilmado. Y ahora necesitan ayuda para tapar el agujero. Claro que esto no lo cuentan ni el partido en el gobierno ni el de la oposición con el fin de tapar el desaguisado del que unos y otros son responsables. Y ahí andan, llevando el debate al terreno de la semántica: que si es un rescate, que si es una ayuda, que si es una línea de crédito… Y, mientras tanto, todos entretenidos. Nadie pone en duda que la ayuda era necesaria por el bien del sistema financiero, por el bien de la economía española, por el bien del euro. Pero los ciudadanos nos hacemos dos preguntas: ¿Qué pasa con los responsables de este desastre? ¿Qué nos va a costar este rescate? A la primera pregunta nos contesta la realidad de los hechos: están en su casa con un retiro de oro, con indemnizaciones millonarias. Los políticos y los sindicalistas andan por la superficie del debate con un bote de humo en las manos. Sobre el coste, el gobierno levanta el estandarte del triunfalismo, se pone la medalla de haber conseguido lo que resultaba imprescindible, explican escuetamente que se trata de un rescate a la banca y no al Estado, aunque al cierre de estas líneas no está clara la letra pequeña del acuerdo y muchas de las condiciones. La oposición, responsable de muchos de los estropicios que dejó como herencia el gobierno anterior, practica la amnesia, se olvida del bien común, y aprovechan la ocasión para beneficiarse partidistamente desgastando al gobierno. Ningún préstamo es gratis, ni siquiera éste lo será por mucha falta que le haga el rescate al resto de los europeos, pero en cualquier caso el comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, ha afirmado que «incluirá condiciones políticas en el campo del sistema financiero y del sector bancario y su reestructuración, mientras que no habrá nuevas condiciones en otras áreas como la política presupuestaria ni reformas estructurales». Se trata de un balón de oxígeno para resistir las turbulencias y no perecer en el intento, pero no olvidemos que el problema fundamental para salir del bache es el crecimiento. Y ahí tenemos que dirigir nuestros esfuerzos. Sin olvidar que el rescate que se necesita no es sólo económico, sino también ético. La hora de la banca ética Pocas cosas nos llegan tan adentro y nos causan tanta indignación como una vocación cívica traicionada: políticos llamados a servir al interés general que sirven a sus propios intereses, ancianos maltratados en los lugares donde se supone que deberían recibir atención y cariño, mujeres o niños objeto de abuso por quienes deberían cuidar de ellos. También en la naturaleza y en las cosas hay una vocación que debe ser respetada. La triste historia de la banca y más específicamente la de las Cajas de Ahorro, destinatarias de buena parte de los fondos europeos de rescate, es también la historia de una vocación traicionada. Las Cajas de Ahorros nacieron como instituciones sin ánimo de lucro a partir de los Montes de Piedad, creados por iniciativa de los franciscanos para facilitar préstamos destinados a cubrir necesidades básicas. En España se empezó a promover con decisión la creación de Cajas de Ahorros a mediados del siglo XIX, fundamentalmente para combatir la usura a la que se veían sometidos los agricultores en los años de mala cosecha. Así pues, nacieron con la vocación de ser un instrumento financiero popular, no lucrativo y al servicio de los necesitados y del bien común. Estos días estamos escribiendo el final de esa historia y no es un final feliz. Las Cajas de Ahorro podían haber muerto, fieles a su vocación, por haber financiado proyectos demasiado sociales y demasiado poco atractivos para la banca lucrativa privada. Pero la realidad es que han muerto, traicionando su vocación, a manos del clientelismo político, la especulación y el bolsillo de sus directivos. Los fondos europeos son necesarios y nos ayudarán ciertamente a embalsamar el cadáver para que no huela, pero no pueden llenar el vacío que deja su vocación traicionada, porque ésta se mueve en un registro mucho más importante que el puramente monetario: el del pacto social, el de la calidad democrática, el de los valores que nos constituyen como comunidad. Este vacío no puede llenarlo, por razones obvias, la banca lucrativa tradicional. Sólo puede hacerlo una banca ética, verdaderamente transparente y cívica, que desgraciadamente todavía es demasiado débil en nuestro país. Pero, después de todo, en las grandes crisis se forjan también las grandes esperanzas. Esperemos que la banca ética viva una época floreciente, con la ayuda decidida de todas las personas e instituciones capaces de ver en la economía no sólo un negocio sino un medio al servicio del desarrollo humano. De nosotros, de los ciudadanos, depende. Isaías Hernando



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