Si me lo permiten, les refresco la memoria. En mi artículo anterior nos hacíamos eco de un planteamiento desafiante: educar a las futuras generaciones para que crezcan más arraigadas, fuertes y seguras que nosotros, sus padres y educadores.
El fundamento del reto era bien claro: los desafíos y tentaciones de este tiempo son tales y de tal magnitud que habrá que resistir de forma inteligente, acertada, decidida y fuerte.
He tenido ocasión de comentar el tema y debatir sobre esto con familias y con profesionales, y les confieso que, en cierto modo, se nos planteaban más interrogantes que certezas, fundamentalmente debido a la naturaleza de una afirmación tan desafiante. Así pues, en esta ocasión querría compartir con ustedes algunos de ellos.
El primer interrogante lo planteaba alguien que decía que para educar es necesario tener certezas: la certeza de que mi hijo va a crecer, de que va a fomentar un mundo mejor, de que nosotros (sus padres) vamos a hacer algo por ellos, etc. En cambio, esta persona me planteaba que se encontraba ante demasiadas incertidumbres y, lo que para ella era peor, se sentía dubitativa e insegura a la hora de tener que educar desde la incertidumbre.
Podemos decir que estamos en un momento en el que las incertidumbres son, quizás, más que las certezas. O visto desde otra perspectiva, estamos en un momento educativo en el que las incertidumbres son, al menos, más evidentes que las certezas.
El segundo interrogante se refiere a los “modelos”. Me explico. En educación debemos tener siempre delante un “modelo educativo”. Este modelo se configura mediante intervenciones, relaciones, actitudes y medios. Y si no es así, educar se convierte en algo casi neurótico. Ahora bien, este modelo educativo siempre se dirige hacia un modelo de persona al que, por así decirlo, queremos llegar con nuestras intervenciones. Y ¿cuál es ese “modelo” de persona?
Por una parte, se plantea que será necesario formar personas creativas, con espíritu de iniciativa, de responsabilidad, de resistencia ante las frustraciones; pero también personas capaces de comprender las necesidades de los demás, de ponerse en su lugar y ofrecer respuestas solidarias creando espacios en los que compartir y responder inteligentemente a esas necesidades.
Ahora bien, ¿con qué dificultades nos vamos a encontrar a la hora de “formar” para ese modelo? ¿Con qué recursos contamos y cuáles habrá que “inventar”? Es curioso observar que ciertos planteamientos educativos van encaminados, por ejemplo, a la consecución de lo que se denomina “un trabajo estable” y, en cambio, por otra parte se plantea que el concepto de estabilidad laboral no será (como estamos observando ya) el que nosotros adultos hemos vivido.
Otros interrogantes nos los planteaban el conocimiento y el aprendizaje. Hasta ahora hemos tenido, por así decirlo, elementos claros para motivar (al menos con las palabras) a nuestros estudiantes. ¿Cómo favorecer el conocimiento y todo lo que conlleva en un momento en el que nos dicen que no se sabe para qué servirá lo que estamos aprendiendo?
Simplificando quizás excesivamente, los expertos nos llaman la atención acerca de la necesidad de distinguir dos tipos de conocimientos: los de orden inferior y los de orden superior. Los primeros son los conocimientos sobre determinadas áreas de la realidad. Los de orden superior son conocimientos sobre el conocimiento: cómo obtener conocimientos, cómo pensar correctamente, etc. Lo que es evidente, es que en el futuro el conocimiento se encamina de forma decidida más hacia la reflexividad que hacia la repetición.
Finalmente se nos plantean los valores, pero eso lo dejamos para otra ocasión (sobre todo por razones de espacio y no de necesidad).
La cuestión, como ven, sigue abierta. La incertidumbre sigue viva y, probablemente, más aguda e incisiva. No obstante, querría finalizar abriendo una enorme puerta; una puerta que no disipa las incertidumbres, pero nos da las fuerzas para seguir con nuestra labor. Esta puerta se llama educación.
Es curioso que mientras ciertas estructuras sociales están bajo sospecha e incluso se cuestiona su validez, la educación sigue siendo contemplada como solución por sí misma (si bien con problemas). O lo que es lo mismo, la educación se contempla desde la esperanza y el optimismo.
Y me quedo aquí. Por una parte, les pido perdón por tanta “interrogación”, pero a su vez les propongo el ejercicio de reflexionar y, si es posible, comentar con otros padres o profesores estas líneas. Seguiremos hablando y buscando respuestas.
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