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articulo

Grecia, entre deuda y democracia

Maddalena Maltese

Un viaje al primer país europeo en riesgo de bancarrota.
Un país en bancarrota, con una deuda pública tan elevada que es incapaz de hacer frente al pago de los bonos que emite. Un país en donde aumentan los suicidios, especialmente entre los empresarios que han caído en las garras de la usura. Son éstas las noticias que ofrecen los medios a todas horas, como si estuviéramos sintonizando un único programa que va narrando la agonía del país. Mientras, en Atenas la gente está desconcertada e indignada, y la crisis se materializa en cafeterías (kafenion) vacías, tiendas cerradas, despidos, sobres con la paga mermada y, por tanto, plazos y alquileres sin pagar. «¿Por qué nos han mantenido a oscuras todos estos años?» «¿Por qué los bancos nos han dejado sacar dinero sin preocuparse de las garantías?» «¿Dónde han ido a parar los fondos europeos?» Preguntas como éstas recorren todo el país, y no sólo en la Plaza Syntagma, donde empezaron las protestas de los “indignados” griegos. Política y economía enfermas «Los políticos han robado millones de euros y aún hoy no se logra cuantificar el daño económico que han infligido al país». Con estas palabras el padre Spyros, sacerdote ortodoxo de Iraklio, denuncia sin pelos en la lengua a los representantes parlamentarios. La crisis económica del país va de la mano de la crisis de valores y de las tradiciones y, según este sacerdote, las pruebas son dos: un sistema social hecho pedazos por la corrupción y la enorme cantidad de tarjetas de crédito emitidas. «A un parroquiano mío –dice– le pedían ocho mil euros por un bypass. Para tener garantizada la asistencia de los médicos tienes que “untar” considerablemente muchas manos por anticipado». Y añade: «Los bancos daban préstamos incluso para regalos o vacaciones, consiguiendo de esa manera que todos vivieran en la ilusión de una riqueza fácil, que al final los ha dejado en la miseria». La Iglesia griega ha obtenido del gobierno un cuartel de la aviación para habilitarlo como centro de acogida y asistencia, pues teme las desastrosas consecuencias que puede tener una recaída de la economía. Del mismo modo, en varias ciudades ha habilitado comedores públicos; el que administra Cáritas ha visto crecer de manera exponencial el número de personas atendidas. Y esto sucede mientras el gobierno recorta las ayudas a las obras sociales de la Iglesia Católica, algunas de las cuales tendrán que cerrar. «Hay demasiado clientelismo en los partidos, en los sindicatos y en la universidad. Muchas pequeñas ilegalidades sumadas han producido una política enferma y una economía enferma, bajo la casi segura impunidad judicial». Esta valoración tan dura es del director de la revista Horizontes Abiertos y superior de los jesuitas en Grecia, Theodoros Kondidis. «Echarle la culpa a los demás –añade–, ya sea la banca europea, Alemania o Europa es un comportamiento adolescente que descarga en el enemigo la propia responsabilidad, cuando en realidad no hay conciencia ni del bien común ni de la cohesión nacional ni siquiera en casos desesperados». Los partidos del gobierno y de la oposición se han enrocado en sus ideologías, manifestando una esclerosis de pensamiento y acción. «Los unos se oponen a las privatizaciones y los otros a subir los impuestos a los ricos. Ser emprendedor es dificilísimo, pues la burocracia en nuestro país te sofoca». Las voces de la crisis En las callejuelas de Monastiraki, un bazar al aire libre en el que pulula gente a todas horas, encontramos al anticuario Apostolos, que le pone voz a esta crisis. Se jubilará dentro de pocos meses, pero no sabe qué pensión va a cobrar. Las leyes cambian de modo tan repentino que resulta imposible hacer cálculos. Espera que sean unos 800 euros, una suma nada despreciable al lado de los 350 que les va a corresponder a los agricultores. Fotis, un gráfico de treinta años, hace meses que no ve entrar un euro en su empresa, por eso ha decidido ejercitar su creatividad haciendo publicidad en casa, donde ha montado un estudio. Uno que le ha sacado provecho a la crisis es Christos, de veinticuatro años. No es especulador financiero, sino profesor de bouzuki, típico instrumento griego: «La gente está triste y quiere aprender a tocar un instrumento para recuperar esa alegría que nos caracteriza». Así que ha empezado a dar clases económicas y ya tiene veinticinco alumnos. Dada la demanda está pensando en montar una web especializada en clases por internet. El ágora de la Plaza Syntagma Esa oportunidad es la que buscaban los jóvenes que ocuparon la Plaza Syntagma, que llegó a ser el ámbito de pensamiento y libertad de los griegos. Dafni, un periodista parlamentario del primer canal televisivo nacional, se planteó el significado mismo del gobierno del pueblo: «Los políticos viven en otro mundo, distante de la gente; se inventan virtuosismos de palabras que esconden la verdad, es decir, que en Navidad los griegos no tendrán qué comer». «Lo que ha sucedido en esta plaza –añadía– era inimaginable. La gente le ha ganado el pulso al miedo, lee, se informa, discute y propone. Esto es democracia directa, la de nuestros orígenes». Algunas proclamas sonaban un poco infantiles, pero igualmente se notaba que algo se movía. La crisis económica ha hecho resurgir la participación, las ganas de democracia, y es el pueblo, la sociedad civil quien quiere tomar la palabra. Son indicios claros que se envían a los representantes políticos griegos y de toda Europa. Bajo shock Atenas se despertó a mediados de septiembre bajo shock tras el anuncio de que el gobierno pretendía aumentar los impuestos sobre el patrimonio para poder salvar al país de la quiebra. Hay más de tres millones de griegos que poseen casa propia, ya sea porque la han adquirido o construido ellos mismos, ya sea porque la han heredado. Y en muchos casos es el único bien que poseen, sobre todo después de la crisis que los ha dejado sin trabajo. ¿Cómo se las van a arreglar para pagar un impuesto exorbitante si no tienen ingresos? El país está tomando conciencia poco a poco del abismo sobre el que se encuentra. Con las vacaciones, arrebatadas a la crisis y a los recortes, se quería alejar el fantasma, pero la más cruda realidad se ha impuesto. Escuelas y oficinas han vuelto a abrir sus puertas, pero en las calles se respira un aire de tragedia inminente. La presagian las colas kilométricas ante las oficinas de empleo, espectáculo insólito en una ciudad más acostumbrada a ver inmigrantes en sus salas de espera implorando un trabajo que a griegos, que ahora hasta se disputan trabajos como baby-sitters. La gente deja la capital y se va a los pueblos en busca de trabajo, y no serán pocos los que incluso abandonarán el país para irse al norte de Europa, donde parientes o amigos ya se han establecido desde hace unos años al no ver perspectivas de crecimiento ni de cambio en su país. Una empleada de la televisión estatal ha visto como su sueldo disminuía en tres mensualidades y media, pero al menos ella sigue teniendo trabajo y no se queja, aunque no le será fácil afrontar el curso que ha empezado. Las escuelas privadas han visto como ha disminuido de manera considerable el número de alumnos: imposible pagar la matrícula cuando hay otras prioridades. En el Parlamento se discute, se trabaja con prisa y nerviosismo; «demasiado», según la prensa y «no siempre productivo a causa de los excesivos desacuerdos que siguen dividiendo a los partidos». «Las medidas adoptadas por el Pasok (partido socialista en el gobierno) parecen las de un partido de derechas, pero son inevitables», dicen los comentaristas políticos. Indudablemente estas medidas amenazan con poner punto final a la carrera política de los parlamentarios, pues son muy impopulares y gravosas. Pero es que no hay elección, y los intentos de salvar al menos una tajada de popularidad no surten efecto en los electores, desilusionados y preocupados como nunca. ¿Y el pueblo que durante meses mantuvo viva la participación y la vitalidad democrática en las plazas? Los acampados de la Plaza Syntagma fueron desalojados por la policía durante la primera semana de agosto. «Dañaban la imagen de la ciudad e incidían negativamente en el turismo», fue la respuesta oficial a los arrestos y el desmantelamiento de los grupos de trabajo. Pero el 3 de septiembre se produjo un nuevo conato y unas diez mil personas se volvieron a reunir, esta vez por barrios, de modo que no resultaba raro ver edificios y sedes gubernamentales ocupados por los habitantes de un barrio que lo habían tomado como ágora de discusión. Mientras tanto, por turnos los médicos pasan consulta gratis, y algunos maestros se han ofrecido para dar clases de apoyo sin pedir compensación alguna. La crisis sigue activando nuevos recursos, aunque no se consigue ahuyentar un destino que cada vez resulta más negro para Grecia. M. M. El arzobispo católico de Atenas, mons. Nikolaos Foscolos, comenta la crisis de Grecia, imputando a los políticos gran parte de la responsabilidad por el sufrimiento del país. – Mons. Foscolos, ¿cómo ve el país? – La crisis surge de una gran incapacidad política. Desde que ingresamos en la UE, nuestros representantes no han hecho gran cosa. Piense que las carreteras fueron reparadas gracias a los juegos olímpicos. Cada partido, además, ha aumentado el número de funcionarios para obtener votos. Hay empleados que figuran como tales que nunca han ido a trabajar. Yo aprecio a los jóvenes de la Plaza Syntagma porque tienen valor, se interrogan y quieren un cambio. Y eso lo quiere todo el mundo. – ¿Qué puede decir y hacer la Iglesia? – La Iglesia católica no está reconocida ni siquiera como ente jurídico y a veces ha sido vista incluso como enemiga del Estado, de modo que su influencia es prácticamente nula. Nuestras obras sociales no están exentas de impuestos, y desde el año pasado no recibimos el subsidio de cincuenta mil euros que nos permitía afrontar las emergencias. Probablemente nos veremos obligados a cerrar un albergue y tendremos serios problemas para mantener Cáritas y la labor con los refugiados. Los griegos católicos, además, son una minoría dentro de la minoría, de modo que es imposible apoyarse en ellos. La ventaja de todo esto con respecto a la Iglesia Ortodoxa es que somos independientes; a nuestros sacerdotes nos les paga el Estado, mientras que a ellos sí. Pero ahora van a tener que limitar las ordenaciones: sólo dos de cada cinco sacerdotes serán mantenidos. Esta independencia nuestra, que antes era muy criticada, ahora se ve con interés, y no pocos obispos ortodoxos la quieren para ellos. – Si se encontrara cara a cara con Papandreu, ¿qué le diría? – Igualdad de derechos para todos. Sólo eso.



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